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Una jarra de vida para Antonio

La nueva oportunidad para el primer gaditano trasplantado de riñón durante la pandemia de coronavirus

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  • Guillén, Mazueco y Celaya. -

A Antonio Guillén siempre le ha encantado el agua. Beberla al despertar, durante el almuerzo, un sorbo antes de dormir. Una jarra de agua fresquita siempre cerca. Así que cuando le diagnosticaron un problema renal severo uno de los peores momentos del día llegaba cuando venía la sed y se acordaba de esos vasos que no podía tomar.  El médico se lo dejó claro: “Hemodiálisis y a esperar un trasplante”. A los pocos meses llegó la pandemia. Otro vuelco más. Este compartido con el resto del planeta. Y a finales de abril del pasado año una llamada. “Antonio, hay un riñón para ti”. En medio del estado de alarma, en pleno confinamiento, tenía que decidir si quería el trasplante o no. No se lo pensó mucho. Dijo que sí. Antonio Guillén se convirtió así en el primer trasplantado en el Hospital Puerta del Mar de Cádiz durante la pandemia.

La llegada del coronavirus en marzo de 2020 paró en seco la labor de donaciones y trasplantes de Cádiz, que coordina Mikel Celaya en el hospital gaditano. “Nos enfrentábamos a algo desconocido. Yo soy, además, intensivista. En aquel momento no teníamos ni equipos de protección suficientes”. Se decidió suspender todo el programa, pero aquella decisión no podía durar mucho tiempo. “Estamos hablando de que algunos trasplantes son necesarios para salvar vidas”. Es el caso de corazón, hígado, pulmón. “En el caso de los de riñón, aunque no sean operaciones a vida o muerte, cuanto antes se haga el trasplante más posibilidades hay de que mejore el estado del trasplantado”, explica la nefróloga Auxiliadora Mazuecos. De ahí que todo el equipo del Puerta del Mar se esforzara en recuperar pronto la actividad.  Se consiguió en poco más de un mes. El 14 de marzo se decretó el estado de alarma. Y el 26 de abril Antonio Guillén ya tenía su riñón.

Antonio, que es vigilante de seguridad privada y que está a punto de cumplir 60 años,descubrió que sus riñones fallaban casi de casualidad. “Me habían cambiado de médico de familia y fue la doctora la que se dio cuenta de que hacía tiempo que no me hacían ningún análisis”. Los resultados de aquellas pruebas le llevaron directamente al servicio de nefrología del Puerta del Mar. Al principio, Antonio aguantó con un catéter y una diálisis domiciliaria.“Era una manera de amortiguar el golpe psicológico. Yo no quería dejar de trabajar”, explica. Pero una peritonitis, que le obligó a ingresar, determinó que necesitaba hemodiálisis. Eso le obligaba a engancharse a una máquina durante varias horas cada dos días. Su vida se limitó de golpe. “Empecé a echar de menos cosas básicas". Por ejemplo, esos vasos de agua que le daban tanta alegría. “Por las noches era cuando peor lo pasaba”. O las cuñas de chocolate de su pastelería favorita. Sus problemas renales le obligaban, además de estar sometido a las máquinas de diálisis, a cuidar al extremo su alimentación.

En El Puerta del Mar, aunque la pandemia tardó en entrar con la virulencia que se estaba viviendo en otras zonas del país, muchos servicios como el de donación y trasplantes tuvo que detenerse. “Tuvimos que suspender durante una semana todo el programa”, recuerda Auxiliadora Mazuecos. “Las noticias que llegaban eran tremendas, teníamos mucha incertidumbre. Era algo nuevo que no sabíamos cómo manejar y menos en nuestro caso que a los pacientes teníamos que darles un tratamiento inmunodepresor. Paramos porque no sabíamos cómo afrontarlo”, relata la doctora.

Pero ese parón no podía ser infinito. “Teníamos a gente en riesgo, como los que necesitan un hígado o un corazón, y pacientes en diálisis que aguardaban un riñón. Así que había que volver”, explica la nefróloga. La actividad en el servicio se retomó en medio de medidas de seguridad muy estrictas. Se cambió de planta para alejarse de la zona de infecciosos, se estableció un protocolo estricto. Y empezó a llamarse a pacientes. Antonio fue el primero en el Puerta del Mar.

Y, desde entonces, el ritmo no ha decaído. “Los trasplantes dependen de los órganos que haya disponibles. Es cierto que el confinamiento redujo las donaciones porque no había accidentes de tráfico o de trabajo”, recuerda Mikel Celaya. Lo que no se ha reducido en este tiempo es la solidaridad de los gaditanos. Cádiz siempre ha estado en la cabeza de la lista de aceptaciones a la hora de donar órganos. Y también entre los que daban su visto bueno al trasplante. “En otras zonas de España, nos encontrábamos que por el miedo al contagio, o a la operación en plena pandemia, hubo muchas negativas al trasplante”, subraya el coordinador. “Pero en Cádiz nadie dijo que no”, apostilla la doctora Mazuecos.

Tampoco dijo no Antonio Guillén. "No lo dudé”. Pensó en él y en su familia. En hacer su vida más llevadera. Y se cuida mucho porque cree quees la manera de agradecer esta nueva oportunidad. Eso sí, cuando salió del hospital lo primero que fue a buscar fue una cuña de chocolate. Y tiene siempre a mano una jarra de agua. Para saciar la sed que le ha traído esta segunda vida.

Vacunas menos eficaces

Los trasplantados han sufrido más que otros los efectos de la pandemia. No solo por la parálisis que el estado de alarma provocó en el sistema sanitario. También porque el coronavirus agravó sus riesgos. “Es un tratamiento inmunodepresivo, con lo que el peligro para el paciente que se contagia es muy alto”, alerta Auxiliadora Mazuecos, responsable de nefrología del Puerta del Mar. Además, los estudios científicos han desvelado que las vacunas son menos eficaces en los trasplantados. “La mitad de ellos no genera anticuerpos con las vacunas. La tercera dosis lo mejora un 20 por ciento, pero el 30 por ciento sigue sin tener anticuerpos”, señala la dotora. Es por eso que uno de los primeros colectivos en recibir la tercera dosis fueron los trasplantados. Antonio Guillén, el primero de la provincia de Cádiz en pandemia, tiene esa tercera dosis desde hace dos semanas. “Son pacientes que, de por sí, tienen que aprender a cuidarse en extremo. Y con el virus más”. Antonio lo ha asumido con deportividad. Trabaja de noche como vigilante, con lo que sus contactos laborales son escasos, y asegura haber reducido al mínimo su vida social.

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