Cuando les pregunten qué tuvo aquel lunes que no tuvieran los demás, díganles que fue un lunes distinto, aunque en La Rosaleda todo siguió igual. Así se empieza la semana si eres hincha blanquiazul y juegas como local, sea contra el Tenerife, cuarto en la tabla de Segunda División, o sea contra quien sea. Cuando el balón pasa por Martiricos todo riachuelo acaba en el mismo mar. La victoria, sufrida, pero victoria es. El rival no pudo con el gol de penalti de Brandon en el minuto 14, que acabó siendo corto para lo que se sufrió al final. Menos mal que en Málaga están los corazones curados en salud, por mera experiencia, por simple supervivencia. Ayer era décimocuarto, hoy es séptimo. La Segunda División y su filo de navaja. Gol arriba, gol abajo, te ves arriba, te ves abajo.
Hiperactivo Club de Fútbol
El equipo arrancó volando sobre el verde, hiperactivo, con el entusiasmo que ya comienza a ser costumbre con el arropo de su estadio. A los tres minutos, primer aviso al Tenerife: gol anulado a Javi Jiménez por fuera de juego. Con el susto en el cuerpo, los tinerfeños sacaron orgullo y merodearon con sus centros y remates el área de Dani Martín, incluso rozando el gol (literalmente) con una volea de Rubén Díez que no entró por centrímetros. Como añadido a un contexto entretenido, llegó el plato principal con el penalti que el mismo Brandon Thomas se guisó y se comió. El tatuado lo lanzó al centro para asegurar su tercer gol de la campaña. Empezar ganando ya era un hecho. Tras ello, el Málaga se adueñó del partido con un Jozabed exquisito por dentro, constantes amenazas desde los cotados con los centros de Calero y Jiménez y la movilidad de Brandon -partidazo el suyo- y Roberto arriba.
El segundo no estuvo lejos, pero volvió a faltar esa pizca de acierto que el Málaga suele procrastinar. Demasiado, casi siempre. Con el Tenerife sin ser capaz de desplegar su juego, aunque sí manteniendo sus aptitudes defesnivas, el Málaga picó piedra en la segunda parte mientras el equipo de Ramis reforzaba la zona de ataque con Shashoua, jugón de tres cuartos. Jozabed agotó la gasolina y por él entró Ramón, juntándose con Genaro y Escassi para tener más balón en el centro. El juego ofensivo de los blanquiazules pasó a ser a picotazos, con alguna paea cardíaca en balones parados. Con la entrada de Kevin y Sekou se buscó esa debilidad del Málaga en sus citas en el templo, la capacidad para cerrar los partidos y huir del unocerismo.
Para colmo, llegó el habitual tramo del partido donde el rival se vuelca, el Málaga se repliega y empiezan los nervios, el jugar con fuego y con la tranquilidad del aficionado. Lo dicho, Mollejo tuvo el empate a tres del final y en el 89’ el Tenerife perdonó una clarísima, cuando los aficionados más sobrados de confianza abandonaban la tribuna. Lo peor es que tenían razón. El Málaga, otra vez, fue feliz con sudor, sangre y más sufrimiento de lo normal. Así se disfutan más las victorias. Que siga la fiesta y que dure lo que duran los sustos a Dani Martín.