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19/05/2024
 

Una feminista en la cocina

Como necio estrangulando un árbol

Reparé en que el hombre dejaba la embestida fogosa para montarse en un tractorcillo que portaba barras desigualadas

Publicado: 11/03/2022 ·
09:11
· Actualizado: 11/03/2022 · 11:21
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Es Lipa una depuradora natural de incongruencias varias. Arena de albero, sin albero. Aparcadero de autocaravanas sin camping. Tres clubes de piragüismo cosidos, sin ser nunca uno. Y ahora, casetas de feria que se montan a empujones con hierros malsonantes. Cada día que llego ha sucedido algo...Primero, el frío atemperaba a los jóvenes amontonados al abrigo de la charla como suricatos. Luego, las lluvias encharcaron el albero haciéndolo chocolate rancio. Hoy, un necio estrangulaba a un esmirriado naranjo que a su pesar ostentaba una voluminosa cabellera plagadita de azahares. No entendía mi corta visión el porqué de tamaña empresa, hasta que reparé en que el hombre dejaba la embestida fogosa para montarse en un tractorcillo que portaba barras desigualadas por haber sido colocadas a la liguera. Intentaba pasar a través de un camino entre una señal de tráfico y el pobre naranjo. Y he ahí el acertijo resuelto...No podía.

No sé qué pasó, porque hui de tanta neurona muerta. Me fui de la poca importancia que le damos a la naturaleza. Me apeé de la podredumbre de la tela de las casetas que custodiará- en nada- sevillanas con pescadito fritos y gambas. De la marginalidad de quienes las montaban. De sus neverillas de corcho de bazar chino. Querría volar hasta la Avenida de Adolfo Suárez y verlo todo -de panorámica- desde esas terrazas cerradas a cal y canto, pero me pesa el vigor de unas nalgas rebozadas. Me gustaría estar viva, pero aún no estoy muerta. Si es difícil nacer, aún más lo es existir en un mundo en guerra consigo mismo. Como un necio que no reparan en lo hermoso del azahar cuando todavía no es primavera. De la sonrisa de un niño que llora porque lo exilian de su tierra. De la quietud de una sirena muda que no tiembla al pronosticar bomba a punto de impacto. La procesión de caballistas sabe adónde va y por dónde viene. No parecen cansados al terminar la jornada los trotones a cuatro patas. Sí los de dos que escabullen la mirada en los móviles a pesar de las riendas. Van haciendo tres en raya en la calzada de piedra despertando evocaciones de películas del Oeste.

Lo mismo saben que van a casa, como mis perros cuando estoy tras la puerta de entrada. O Igual que nosotros sabemos cuándo nos ha cazado un radar, tatuándonos una multa en la yugular. Para mí que soy profana, Sevilla no es monumentos, ni Universidad, ni feria, ni Semana Santa sino Lipa con sus variabilidades infinitas según el día que toque del año. Y ese río que tiene olas con espuma de mar y palomas que por robar pan se enfrentan a patos reales. Huele a mar ancestral ese jodido para una gaditana, seguramente porque el Norte exporta efluvios desde Sanlúcar, haciendo que no haya color más especial que el de un río paleado por una quinceañera en piragua.

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