Con Shutter Island llegó el hasta ahora único bombardeo serio de flashes bajo el cielo berlinés y lleno absoluto ante el estreno del tormentoso filme de Scorsese, exhibido fuera de concurso, pero plato fuerte de su sección oficial, al menos en lo que a despliegue mediático se refiere.
DiCaprio regresó como astro-rey a la alfombra roja, diez años después de acaparar flashes con La playa y dispuesto a desatar su segunda tempestad, custodiado por Ben Kingsley, Mark Ruffalo y Michelle Williams, sus compañeros de reparto, y presididos por Scorsese.
“Pertenecemos a generaciones distintas, pero hace diez años que trabajamos juntos y hemos alcanzado nuevos niveles de cooperación, a lo que se une la increíble madurez artística de Leonardo”, afirmó el director, abriendo la ronda de elogios mutuos y recordando su trabajo conjunto en Gangs of New York y The Aviator.
“Ya no soy tan joven, pero cuando sí lo era entendí que habría que estar loco para desaprovechar la oportunidad de trabajar con Scorsese. Hemos desarrollado una especie de camaradería”, redondeó DiCaprio.
En la madurez interpretativa de un DiCaprio que sigue sin haber borrado los contornos adolescentes de su rostro se sustenta el tormentoso Alcatraz psiquiátrico en que Scorsese coloca a su actor.
El director del festival, Dieter Kosslick, había avanzado al presentar la 60 Berlinale que su eje temático iba a ser la familia. Las dos películas concursantes de este sábado encajaban en ello, desde la perspectiva común no de las ligeras comedias de enredos entre parientes, sino de dos familias desestructuradas.
Submarino, del danés Thomas Vinterberg, abundó en la tendencia de otros años en los filmes escandinavos en la Berlinale de presentar la cara menos agraciada de su país.
Eu cand vreau sa fluier, fluier –If I want wo whistle, I whistle–, del rumano Florin Serban, se centra en un muchacho de 18 años a punto de salir de su sórdida cárcel de menores.