La cuaresma es un tiempo de encuentro y, más allá de la significación religiosa que los creyentes le otorgan, en Málaga este periodo previo a la Semana Santa se convierte en una explosión de vida que se concreta en decenas de encuentros entre los hermanos de las distintas cofradías que, tal vez, no se hayan visto en un tiempo; también se producen numerosas presentaciones de carteles y pregones, y no sólo de las cofradías agrupadas, sino también de peñas y otras asociaciones, lo que ayuda al observador a constatar que, en la Ciudad del Paraíso, la Semana Mayor no es un periodo festivo más, sino que su celebración forma parte ya de la cadena de ADN de muchísimos malagueños. Lo cierto es que, en todo ese entramado, el pregón como figura retórica y literaria, como el arte del decir los hechos y costumbres de la Semana Santa, como alabanza o ditirambo hacia los titulares de una hermandad, como acto social que suscita la atención y asistencia de hermanos, amigos y familiares, como celebración de la vida cofrade y cúspide del hermanamiento entre los que llevan grabadas a fuego en sus venas las procesiones malagueñas, forma parte ya de nuestra cultura de hermandad y de nuestra historia. El sábado pasado, 11 de marzo, asistí al pregón de la mesa del trono de la Trinidad, evento que se celebró a las puertas de San Pablo, y en el que se presentaba el magnífico cartel de José Carlos Torres para la Virgen de la Trinidad. Presentó al pregonero el hermano mayor de la Soledad de San Pablo, el escritor Jesús Díaz Domínguez, un hombre que lleva al barrio de la Trinidad y a su cofradía en el corazón, y que es uno de los cofrades que ha elevado el género del pregón en los últimos años a una categoría en la que dialoga con la excelencia por su calidad literaria. Luego, le tocó el turno al pregonero, el profesor de Lengua y Literatura, laureado carnavalero y escritor y cofrade de pro, Sergio Lanzas, quien volvió a bordarlo: con una prosa bellísima y contundente, usó un juego cervantino de viejas cartas encontradas escritas por trinitarios devotos para declamar bajo el sol de San Pablo como solo los elegidos pueden hacerlo. No sólo estuvo excelso en el verbo, sino que reivindicó, una vez más, que los milagros que ocurren en la Trinidad los hacen los propios trinitarios, reclamando, así, a la ciudad que mire a su barrio más castizo y entrañable. Quienes estuvieron allí lo saben. Y ahora lo conocen ustedes. Ya lo ha hecho otras veces. No obstante, ha sido pregonero en varias ocasiones, la más destacada, quizás, cuando dio el pregón del Cautivo, otra joya literaria de la Semana Santa malagueña. Allí, no tuve duda, supe que algún día veré pregonar nuestra Semana Mayor tanto a Jesús Díaz como a Sergio Lanzas sobre las tablas del Cervantes.
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Una explosión de vida que se concreta en decenas de encuentros entre los hermanos de las distintas cofradías que, tal vez, no se hayan visto en un tiempo
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En mis columnas hablo de la Málaga que fue, de la que es y, a veces, de la que será
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