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‘Whiplash’: Golpes bajos

Una vez que se ha fijado en él, tendrá ocasión de sufrir los rigores y abusos de un ‘pedagogo’ tirano para que el fin de la excelencia musical justifica todos los medios y que cambiará radicalmente el rumbo de su vida...

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El título de esta película remite a una pieza de jazz que el joven protagonista, un ambicioso y dotado batería, se esfuerza en dominar para ser digno del interés del exigente profesor de un elitista Conservatorio, en el que estudia. Una vez que se ha fijado en él, tendrá ocasión de sufrir los rigores y abusos de un ‘pedagogo’ tirano para que el fin de la excelencia musical justifica todos los medios y que cambiará radicalmente el rumbo de su vida.

La responsabilidad de dicha historia, tras la cámara y en la escritura, es del estadounidense Damien Chazelle, cosecha del 85. Su fotografía es de Sharone Meir y su música, de Justin Hurwitz, además de los clásicos del género musical citado que suenan durante todo el metraje, de 103 minutos. Pertenece, por derecho propio, al cine independiente, y viene precedida de reconocimientos tales como Mejor Película y Premio del Público en Sundance; Mejor Director Novel, en Valladolid, además de cinco nominaciones a los Oscar, incluyendo Mejor Película. Todo un bagaje…

El tratamiento que el realizador confiere a este relato elude los clichés al uso, en los que podía haber incurrido con semejante tema. Y lo hace con una puesta en escena tan poderosa, contundente, potente y opresiva, como la percusión reiterada hasta lo intolerable. Como en esos ensayos -que remiten al viejo lema de “si queréis la fama, aquí es donde vais a empezar a pagar”- tan brutales e inmisericordes. Como en esos ensayos, en los que cualquier crueldad, cualquier humillación, cualquier burla, cualquier vejación, cualquier insulto familiar, físico, sexista, homófobo, racista, cualquier indignidad, cualquier agresión física o psicológica, están permitidas.

La cinta lleva estos procedimientos ‘pedagógicos’ al extremo. Aquí las letras, las partituras, sí que entran con sangre. Con sangre en los dedos, uñas, falanges, palmas de los ejecutantes, del protagonista singularmente, con el sudor, las lágrimas, con su impotencia, con su falta de respuesta ante el abuso, con la rivalidad entre los competidores y víctimas, de nuevo colectivo masculino plural. Con el síndrome de Estocolmo general. Filmado y retratado con una contundencia y eficacias difícilmente soportables.

Todo ello no lleva aparejada una conclusión a la altura. Ni cínica, ni bienintencionada, ni tan feroz como su desarrollo, ni moralista…  Pero sí cobarde y, a la postre, inadmisiblemente complaciente y justificadora con los métodos fascistas del profesor. Y hay también oquedades en el guión, la ausencia de denuncias anteriores, el silencio del Centro educativo, la figura tan desvaída del padre del chico… El tour de force, nunca mejor dicho en este caso, lo preside todo y obnubila todo lo demás, con las percusiones, melodías y golpes bajos, en todos los sentidos, de fondo.  Sublime tour de force interpretativo entre un prodigioso J. K. Simmons y un notable Miles Teller. Ustedes mism@s…

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