Arturo Morgado no pretendía más que hacer una semblanza superficial sobre la vida de la Iglesia en la diócesis de Cádiz, la más cercana. Y por muy breve que quiso hacerla, se le quedó larga y lo que es peor, muchas cosas en el tintero porque la Iglesia y la sociedad, aunque sea en una sola diócesis, da para hablar largo y tendido, mucho más que una hora que es lo que suelen durar las conferencias.
Es por eso que se quedaron temas sin tratar, aunque a pesar de esa superficialidad ya dejó una profunda visión de lo que eran aquellos tiempos que dejaron de serlo a partir de 1832.
“Estamos hablando de un grupo social que tiene una gran proyección, un gran impacto desde todos los puntos de vista. Mucho mayor que el que pueda tener en la actualidad”, avisó Morgado nada más comenzar la conferencia. No se trata de una población mayoritaria, ni mucho menos, pero “relativamente importante en su número”.
No tanto por el número de clérigos en sí como por lo que conforma su grupo social, ya que solían vivir acompañados por sus familias, por sus criados, por sus sirvientes, por que hay “un volumen de población que gira alrededor del eclesiástico. Si tenemos en cuenta que el clero es el dos por ciento de la población en ese siglo, si sumamos a todos los que lo rodean, ese porcentaje se dispara”.
Tras ese primer aspecto, Morgado señaló el “importante poder económico” de la Iglesia, siendo uno de los grandes propietarios, uno de los grandes poderes económicos de la España Moderna. Ese poder económico lo ha conseguido a través de las limosnas y las donaciones, algo que se explica porque al no poder la Iglesia vender sus posesiones, el patrimonio ha ido aumentando a lo largo de los siglos.
Un gran patrimonio
“En el siglo XVIII podemos calcular que aproximadamente el 15 por ciento de la riqueza de la Corona de Castilla va a parar a la Iglesia. De cada siete euros uno es para la Iglesia”, dice Morgado.
En tercer lugar, el poderío de la Iglesia puede comprobarse en ese siglo en la ocupación del espacio urbano. “En San Fernando no lo notaremos tanto, pero si nos vamos a la ciudad vecina de Cádiz nos daremos cuenta de que muchos espacios que ahora son espacios públicos formaban parte del patrimonio de la Iglesia en el siglo XVIII. Casi todas las plazas públicas, no sólo de Cádiz sino de todas las ciudades españolas, fueron propiedad de la Iglesia”.
Esa ocupación del espacio urbano tiene una justificación, además de la propiedad en sí, en que los edificios religiosos están edificados con materiales perdurables porque tienen la misión de durar para toda la eternidad, y prueba de ello es que muchos de esos edificios ahora públicos, han sido restaurados o reformados pero mantienen su estructura tal cual fueron edificados en sus respectivas épocas. “Muchos edificios civiles se construyen en madera, adobe, ladrillo… Las iglesias se construyen siempre en piedra porque tienen vocación de durar para siempre”.
Esos son algunos de los aspectos que hacen que no se pueda entender la España de la época Moderna sin tener en cuenta a la Iglesia, que contaba con sus vertiente asistencial, educativa y de ayuda a los desfavorecidos, tampoco hay que olvidarlo.
Además de ser –y este es un hecho muy importante, quizá tanto como su valor patrimonial- la única institución del Estado que llegaba a todos los rincones del territorio, incluidos aquellos a los que no llegaban las instituciones.
Esto le confería un estatus especial ante la Corona, en el caso del siglo XVIII que es el que se estudia, pero en general durante toda su existencia. Incluso los ilustrados, proclives a otras tendencias en las que la Iglesia hubiera podido quedar apartada, tenían que contar con su concurso para hacer llegar el mensaje a todos los súbditos. Y ni que decir tiene que esa difusión tenía sus contraprestaciones ante la Corona, como la consideración de la misma, sin ir más lejos por muy ilustrados que fueran.
¿Cuáles eran los cauces por los que entraba el dinero en la Iglesia? En el caso de San Fernando, una ciudad desarrollada en época tardía, había relativamente pocos clérigos que no obstante fueron multiplicándose exponencialmente en un periodo de unos treinta años. En 1752 había 27 clérigos; en 1768, 71 y en 1786 había 150 clérigos para unos 20.000 habitantes. Esto es, menos del 1 por ciento de la población, la mitad de lo normal.
Pocos pero ricos
“Un clero pobre desde el punto de vista numérico, pero un clero rico desde el punto de vista patrimonial y económico. En 1752 las rentas de la Iglesia eran de 165.251 reales en efectivo. Un real de aquella época podía corresponderse en la actualidad, de forma muy aproximada, a diez o doce euros. O sea, unos ingresos de 1,6 millones de euros al años”, dice Morgado.
Esos ingresos llegan principalmente de la posesión y la explotación de la tierra, base del patrimonio de la Iglesia junto con el patrimonio urbano ya que es propietaria de fincas, de casas recibidas a través de las donaciones, además del interés de los préstamos, las hipotecas.
A mediados del siglo XVIII, la Iglesia de San Fernando tiene el 15 por ciento de las rentas de la tierra, el 15 por ciento de las rentas de las fincas urbanas y la tercera parte del crédito hipotecario.
Aunque estos números puedan asustar, el realidad sólo controla el dos por ciento de los ingresos de la ciudad, muy por debajo de otras poblaciones. La respuesta es que la ciudad en esos tiempos es una ciudad industrial y comercial “y ahí la iglesia no controla absolutamente nada”.
Las ventajas
¿Pero por qué ese dos por ciento de clérigos más sus allegados y sirvientes en el siglo XVIII? Porque la Iglesia era una comunidad privilegiada, aunque no todo sus miembros fueran privilegiados por igual.
Por ejemplo y en toda la diócesis de Cádiz, las parroquias no obtienen el diezmo, la décima parte de las cosechas que sí se lo queda el obispo, la catedral o el noble del turno. La parroquias viven de las obvenciones, que era lo que se pagaba por la administración de los sacramentos, además del alquiler de las capillas laterales de las iglesia a las cofradías y las limosnas.
Formar parte del clero de una ciudad, a la burocracia eclesial, equivalía en la actualidad a formar parte de las escalas más altas de la Administración pública y además suponía la garantía de un estatus de vida para siempre.
En el caso de los clérigos de San Fernando, con la particularidad de que cobraban cuatro veces más que lo que la diócesis consideraba que era necesario para llevar una vida digna. Si la diócesis estipuló que con 150 ducados era suficiente, los clérigos de San Fernando exigieron 600 ducados anuales. O sea, el equivalente a 60.000 euros brutos al año.
Las aspiraciones
¿A qué se podía aspirar con ese dinero? Pues a una casa, propia o alquilada pero con mucho espacio, además del sustento alimentario pero también un asistente y una criada porque el clérigo no estaba hecho a vivir solo. Generalmente lo hacía con su familia.
Pero no todos los clérigos podían aspirar a tanto. Esos eran los que tenían oportunidad de promocionar y llegar lo más alto de la jerarquía. Luego estaban los curas de parroquia, los que iban a quedarse como párrocos toda la vida y que de ninguna forma iban a alcanzar las cotas de los anteriores. Los privilegiados procedían de las capas más altas y los menos privilegiados de las capas medias.
Es verdad que alrededor del clero en general existía otra serie de personas que ocupaban puestos menores, caso del presbítero, del sacristán… que no obstante obtenían empleos en la burocracia eclesial cuando no en la propia administración pública. Y por supuesto, los que trabajaban para la iglesia desinteresadamente.
Tomando el arriba firmante licencia para poner un ejemplo actual, los de los 60.000 euros con posibilidades serían los que pertenecen a las ejecutivas de los partidos políticos y cargos públicos electos o nombrados y los arciprestes a los cargos de confianza y técnicos de toda clase que entran en la Administración procedente de un partido. Los partidos pequeños, obviamente, con el equivalente a las parroquias en las que el párroco no tenía opción alguna de ascender.
Órdenes mendicantes
Evidentemente, ese es el clero secular, contado muy resumidamente. Luego estaban las órdenes mendicantes, cuyos miembros eran pobres porque habían hecho voto de pobreza. Sus miembros, pero no la orden, por lo que ésta podía tener cuantas posesiones hubieran podido acumular. Y finalmente un modelo muy extendido en San Fernando, el de las órdenes dedicadas a la enseñanza, caso de la Compañía de María, generalmente procedentes de Francia que se establecieron en España y mantienen su estatus educativo.
Y un dato que por su curiosidad y picaresca merece la pena mencionar. Los feligreses preferían confesarse con los frailes antes que con los curas, porque aquellos pasaban de un convento a otro y los curas permanecían en la misma parroquia toda su vida. Conociendo a los pecadores.
Pero todo eso terminó con la desamortización de Mendizábal y es una obviedad que la Iglesia, al día de hoy y sin dejar de ser pobre, no es lo rica que fue y el cura, que ya casi todos son curas de parroquia, no ganan ni muchísimo menos esos 60.000 euros anuales, aunque fueran en bruto.