Después de la tempestad viene la calma, dice el refrán. En este caso tomaremos el sentido que lo liga a la meteorología, a la tranquilidad que hemos disfrutado durante la semana pasada en que el tiempo ha cambiado con rapidez, quizás empujado por unas levanteras sin precedentes. Lo cierto es que con la lucha que ha supuesto caminar por la calle, uno no puede menos que recordar a Homero y al marinero curioso que abrió el odre que Eolo entregó a Odiseo, donde había encerrado todos los vientos desfavorables para que no dificultaran su vuelta a Ítaca. Pero todo tiene su fin y ahora disfrutamos de la bonanza, de las mañanas frescachonas que se caldean con el paso de las horas, de la claridad que alarga y rosea las tardes, de las noches estrelladas, del reflejo de la luna sobre el caño.
Reanudamos los paseos con otro ánimo, motivados por esta tranquilidad que se nos acomoda, regalada por la primavera. Dejamos a un lado los vaticinios, los comentarios agoreros y caminamos por calles que vemos desde lejos o cuando vamos en coche, calles que prometemos recorrer en cuanto tengamos ocasión, porque las conocemos de oídas. Y es ahora cuando sucede, cuando se da la oportunidad para cumplir el deseo o satisfacer la curiosidad. Nuestros pasos nos llevan a ellas, se adentran profanando su aparente aislamiento, quebrando el silencio por el que avanzamos con firmeza.
Observamos las fachadas, unas alicatadas, otras conservan el nombre del patio de vecindad que fueron, nombre escrito con azulejos que ha roto la clemátide, pero todas guardan y resguardan la vida familiar que las habita, el tallo y las raíces de las que salieron otras que, a su vez, son tallo y raíces que brotan en otros barrios, en otros lugares, tallos y raíces que forman un ramo en Navidad y en aniversarios de oro. Calles con ventanas entreabiertas por las que escapa la tertulia de un programa de radio que murmulla con el avance de nuestros pasos, que se olvida cuando una cortina blanca con aires de fantasma ondea y esparce el olor a canela de un bizcocho, que se mezcla con el de la berza de la casa vecina mientras la válvula de una olla exprés gira sin descanso imponiendo silencio.
Calles de las que salen otras más cortas, sin saber quien se aferra o quién se apoya. Calles que se encuentran normalmente en las orillas de la ciudad, donde adoptan la forma de un largo y estrecho pasillo por donde se pasea el sol, el viento y algunos curiosos que son identificados por la intensidad, la prisa y el sonido de sus pasos.
Probablemente no volverán a recorrerlas, porque se trata de una ruta alternativa para ese caminante, una ruta que le aporta dinamismo e imaginación a su rutina. En cualquier caso, durante un paseo siempre descubrimos algo, nos cruzamos con rostros diferentes todos los días e inevitablemente apreciamos cómo ha cambiado y va cambiando La Isla.
Esperemos que el tiempo nos permita comprobarlo, que por esta primavera soplen vientos bonancibles, que nuestro levante relaje un poco su entusiasmo, que no sea tan impulsivo, que nos facilite el paseo por la playa y refresque las noches estivales que nos esperan. A ver qué pasa.