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Jueves 14/11/2024
 

Desde la Bahía

Playa de perros

Nunca vivirá el animal mejor que dentro de su propio habitat y es allí donde hay que respetar y no esclavizar su modo de vida.

Si los animales tuvieran inteligencia, tal como en ocasiones le intentamos adjudicar, el caballo no permitiría que nadie se montase en su grupa y menos aún cuando esto se consigue mediante el “bocado de la brida”  y la espuela. El mono haría inmediatamente un escrito de denuncia que dirigiría a todo el mundo animal exhortándolos a la revolución y rebeldía contra el ser humano, que durante siglos se ha mofado de su fisionomía, actitudes  y gestos en parques y circos. La cucaracha intentaría la invención de algún spray narcoléptico y curarizante, que paralizara de modo fulminante, la intensa demagogia de los que llevan ahora título de defensores de toda la vida animal. Solamente salvaría Kafka y su “metamorfosis”.

El ser humano es de “pocos amigos”. Alaba la amistad, pero engaña al compañero y más aún, cuando hay soberbia, cargo, sexo o dinero de por medio. Cuando hablan de amigos lo que intenta es tener relación con una persona que piense, actúe  y ocupe un estrato en la sociedad semejante al suyo o inferior, porque el superior sobre todo si es conseguido con estudio, experiencia y dedicación responsable, le suena a insulto. Adora “imágenes” y las carga sobre sus hombros o se inclina ante ellas, porque tiene muy bien aprendido que son inanimadas.

Las hembras del mundo animal, en un principio, cuando la inteligencia dominará su existir, tendrían que hacer un inhumano (nunca mejor dicho) esfuerzo, para comprender el porqué de una “ley de aborto”, un cercenar, suprimir, una vida. Es posible que incluso pensaran, que tener inteligencia para hacer cierto tipo de acciones, predispone a prescindir de la misma, a rechazar un regalo con “bomba de relojería” incluida.

Ahora que las efemérides y la mediocridad dominan todos los resortes de cultura y poder, aparece en el horizonte un pueblo dividido ante el hecho de ubicar un lugar en nuestras amplias playas, de dominio exclusivo de perro (los animales que quieran reírse de los humano, pueden hacerlo ahora, con sonoras carcajadas). ¿Pero quién ha dicho a éste que se considera “mi amo”, que yo quiero bañarme en el mar (diría el perro si tuviera conocimiento razonable).

Platero el “burrito” que el gran Juan Ramón Jiménez siempre trató como lo que era, un burro, nunca habría llegado a ser universal si el autor le hubiera hecho poseedor de vocabulario humano. Esto si es una historia de verdadero amor hacia un animal y lo que hemos vivido de poner la palabra en boca de los animales, al estilo de la “mula Francis” no sólo es una farsa hacia el mundo irracional, del que nos estamos ocupando, sino también una forma de producción, circulación y rentabilidad, que deja en ocasiones buenos beneficios.

Estamos enseñando, incluso desde las escuelas, el amor a ciertos animales, no a todos (ratas y cucaracha entre otros muchos, piden igualdad de trato) mientras en los paseos y las celebraciones de las ciudades y pueblos, pierden la vida seres humanos abatidos por las armas y los odios desenfrenados entre personas. Hay violencia en las escuelas, en los lugares deportivos, en la familia, en el trabajo, en la política y ahora como he apuntado antes, en los lugares de ocio y esperemos que en el futuro no lleguemos a no poder salir, ni a la puerta de nuestra casa, sin ser un riesgo importante.

Nunca vivirá el animal mejor que dentro de su propio habitat y es allí donde hay que respetar y no esclavizar su modo de vida. No queramos hacerlos humanos, en costumbres y expresión. Y desde luego siempre sera mejor ser toro de lidia , que soportar sobre el cuerpo hierros y carga o dar vueltas por un recinto ferial, llevando un carruaje repleto de humanos como carga, para que luego las ganancias o la actitud narcisista sea para el cochero o jinete propietario de su vida y que le obliga a diario a ese hecho, mientras se entretiene firmando una papeleta a favor de “una playa de perros”.

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