El dolor de los llantos silenciados y el vacío acunándose en las noches durante años. Nanas que no llegaron a sonar, vientres deshabitados y papeles manchados de mentiras. Han pasado varias décadas, pero la herida sigue abierta para aquellas madres a las que le arrebataron un hijo de sus brazos. En la provincia de Cádiz son unas 600 víctimas las que tiene contabilizadas la asociación SOS Bebés Robados, de las cuales más de 400 han presentado denuncia. Concretamente en la capital gaditana fueron cuarenta y seis las familias que solicitaron realizar exhumaciones en el antiguo cementerio de San José. Aunque antes de llegar a iniciar el procedimiento eran unas 70. El número se ha visto reducido porque algunas de las personas que buscaban a sus familiares han fallecido.
“Al segundo día de haber nacido nos dijeron que había muerto. Nunca supimos si enterramos a mi niño o un simple paquete”Los trabajos de exhumación en el camposanto gaditano comenzaron hace justo un año. En este tiempo se han abierto veintisiete sepulturas en las que han aparecido tres cajas vacías y, además, faltan otros tres niños en el recuento. Un total de seis bebés que no están donde hace años supuestamente fueron enterrados por sus padres biológicos. “Son pruebas de lo que venimos diciendo desde hace muchos años, que aquí se robaron niños", comenta Chari Herrera, presidenta de la asociación en Cádiz. “Tenemos el problema de que la Justicia no nos ayuda. Siempre hemos esperado el poder hacer las exhumaciones para poder demostrar a los ciudadanos y a los jueces que sí era cierto y que aquí las madres no están locas, que estaban contando la verdad. Esperamos que cuando terminemos las exhumaciones los jueces hagan algo, cambien el criterio y no digan que esto está archivado”, añade. Y es que después de tantos años estos casos aparecen como prescritos y en la mayoría de ellos los responsables ni siquiera viven.
Herencia franquista
La práctica del robo ilegal de bebés comenzó a darse en España en los años de posguerra y muchos vieron en ella un negocio. Se calcula que 300.000 niños fueron robados o adoptados de forma irregular entre los años 40 y los 80, aunque existen datos que confirman que la práctica se extendió hasta los 90. “Nunca supimos si enterramos a mi niño o un simple paquete”. Habla Dolores Ruíz, una de las madres que busca a su hijo. “Mi marido, después de que me hijo naciera, se llevó dos días queriendo verlo en el nido y siempre se encontraba con trabas. Al segundo día de haber nacido nos dijeron que había muerto. El niño murió supuestamente sin que él llegara a verlo vivo. Cuando fue a verlo una vez muerto tampoco quisieron enseñárselo. Estoy aquí para averiguar la verdad”. Conmueve escuchar la voz débil de Dolores al recordar el triste episodio ocurrido en 1970. Ella lleva involucrada en la asociación desde que se fundó, buscando papeles e indicios que corroboren sus sospechas. Hasta el momento todo apunta a que su bebé fue robado.
“Mi dolor conlleva el de todos mis hijos, porque ellos están sufriendo igual. Tengo cinco, pero siempre hay un hueco vacío”, nos cuenta esta madre junto a la sepultura. La acompaña Dori, una de sus hijas, que reconoce que “cuando lo supimos en casa comenzó un gran duelo”. En los papeles que llegaron a consultar se refleja que Dolores regaló a su hijo por falta de medios. “Ahora que estamos aquí en el cementerio se vive como un doble sufrimiento, porque estar delante de la sepultura y revivirlo, pensar que alguien puede hacer algo tan atroz... no lo terminas de asimilar”, añade la hija.
Evidencias desenterradas
Hace poco más de una semana apareció la última caja vacía. Se trata del caso de Isabel, que buscaba a su hermana nacida en 1981. En esta ocasión, la madre fue a dar a luz y le dijeron que el bebé estaba muerto, aunque ella lo sentía todo el tiempo. “En el momento del parto a ella la duermen, algo que también fue muy raro”, nos cuenta Herrera, ya que la propia Isabel ha quedado muy afectada tras la noticia. Precisamente para ayudar a afrontar este doloroso proceso se encuentra Ana Arazo, psicóloga de la asociación. “Mi labor aquí es acompañar a las familias mientras están pasando por este desagradable trago que supone recuperar –en el caso de que estén– los restos de sus bebés”. Ana ejerce un doble rol en esta incansable búsqueda, ya que además de dar consuelo también es familiar de una de las víctimas. Su tía buscaba los restos de su hijo entre las sepulturas y reconoce que “eso me ha ayudado a comprender muchísimo mejor el dolor que sienten”.
Desde SOS Bebés Robados se muestran por una parte “contentos porque estamos demostrando la verdad”, aunque en la otra cara de la moneda, la de las familias que no encuentran lo que buscan, no existe la sonrisa. Los trabajos finalizarán en este mes de octubre y aún faltan quince sepulturas por abrir. “Estamos negociando con el Ayuntamiento, que tiene los restos en Chiclana, para que nos dejen sacarlos y llevarlos a analizar a Granada. Pero después de un año peleando todavía no lo hemos conseguido”, apunta Herrera. En estos días están teniendo lugar reuniones para intentar acelerar el proceso administrativo y poder, de una vez por todas, cerrar heridas.
Las manos de la tierra
Detrás de este duro trabajo de exhumación están las manos desinteresadas de los arqueólogos, que acuden cada día para colaborar en la búsqueda. Ha pasado un año desde que Jorge Cepillo y Pepe Gener iniciaran las exhumaciones en el cementerio gaditano. En estos meses ha habido varios llamamientos para que otros arqueólogos prestaran su colaboración en estas tareas. Es el caso de Yolanda Costela y María José Gámez. Ambas son voluntarias y se muestran contentas de poder ayudar a la vez que adquieren experiencia. “Hemos trabajado en otras excavaciones, pero con restos muy antiguos. No es lo mismo que hacerlo con la familia al lado”, apunta Costela. “Es muy gratificante poder ayudar a gente que lo necesita”, añade Gámez. Reconocen que “al principio, cuando encuentras el primer bebé, sí que te impacta. Sobre todo cuando aparecen con objetos muy identificables, porque empatizas con los familiares y se hace un poco más duro”. Las suyas, junto a las de los demás voluntarios, son las manos que acarician la tierra con el mimo en sus brochas para desenterrar la verdad.