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Notas de un lector

En sangre viva

Andrés García Cerdán traza en este íntimo itinerario un tejido de trascendidas cavilaciones que sitúan su escritura en un espacio de introspectiva conciencia

Publicado: 04/12/2018 ·
18:23
· Actualizado: 04/12/2018 · 18:23
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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    Julio Cortázar dejó anotado tiempo atrás que “la poesía prolonga y ejercita la oscura e imperiosa angustia de posesión de realidad,esa licantropía ínsita en el corazón del hombre que no se conformará jamás -si es poeta- con ser solamente un hombre”. El escritor argentino sabía bien que la exigencia del verdadero creador va más allá de su íntima pulsión, de su regeneradora constancia. Y tras la lectura de “Defensa de las excepciones” (Premio “Hermanos Argensola”. Visor. Madrid, 2018) de Andrés García Cerdán (1972), he visto reflejado en muchos de sus versos la aseveración cortazariana. Porque el poeta albaceteño traza en este íntimo itinerario un tejido de trascendidas cavilaciones, de sólidas experiencias, que sitúan su escritura en un espacio de introspectiva conciencia.

     Desde el poema que sirve como pórtico, (“Me equivoco. Cometo errores./ Digo cosas inoportunas./ Con frecuencia excesiva deseo lo imposible. No sé/ cómo evitarlo./ A veces creo ciegamente en lo que no es”), el yo lírico asume la búsqueda de un ánima comunicativa capaz de esquivar cualquier apunte de superficialidad. Mediante un lenguaje directo, a quemarropa en ocasiones, va forjándose una atmósfera liberadora, que sirve de respuesta y descubrimiento a sus propias preguntas e inquietudes:“¿Cómo era aquel árbol/ en los ribazos de mi infancia? ¿Cómo/ las lluvias de abril lo arrancaron/ de cuajo/ y quedaron expuestas sus raíces/ al aire, sintaxis pura/ de la destrucción?”.

     García Cerdán reelabora, a su vez, su concepto de duración vital y lo extiende a una verdad exterior. Porque desde su personal entendimiento, el tiempo parece dictar sentencia y sus sentidos se cobijan al hilo de una cierta desesperanza. Ante ello, queda sí, la desobediencia, la rebeldía y la palabra. Siempre la palabra mirífica como mejor camino de salvación.

Además, el poeta albaceteño se enfrenta a la dualidad que surge desde la antropología del deseo y la antropología del conflicto. La muerte se torna, al cabo, paradigma de su limitación. Pero de esa dicotomía puede espigarse una posible existencia que sea signo de fe vitalista: “Ni hundimiento ni vértigo, sino un profundo amor/ que alcance/ más allá de los sueños,/ que sea alcance puro/ y en agua sagrada convierta/ este vino ácido,/ tanta desolación en sangre viva/ que responda a tu mismo nombre”.

    Tras la publicación de “Barbarie” (2015) - galardonado en 2015 con el premio “Alegría”-, anoté que mediante un discurso de alta condensación lingüística -que ayuda a escuchar los silencios que anidan en el interior del poeta- y unido a un verbo vigoroso, el decir de García Cerdán se convertía en un himno lírico donde primaba la entrega, la disciplina y soledad de un escritor valiente, visceral y balsámico. Sostengo ahora esos mismos argumentos, pues su voz sigue cercando esos parámetros creativos en los cuales sigue afianzada una madurada personalidad lírica.

     En suma, estamos ante un autor que se afana en superarse desde su hondura humana, que anhela explicar el universo a través de la devoción de su verso, que batalla entre la necesidad del amor y la tentación acaso del desamor. Pero que conoce con exactitud que la vida no es más que el hallazgo de la suprema libertad. Y por eso, su cántico se puebla de presencias intuidas y presentidas, de paisajes y protagonistas cómplices y sugestivos: “Que alguien marque en los mapas este punto./ Cuando no quede nada, cuando todo/ se haya hundido, este lugar/ seguirá aquí, latiendo de hermosura,/ recordando ballenas blancas/ y abismos”.

 

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