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Notas de un lector

Lo que estamos siendo

J.M Barbot da a la luz “Agua serás y lo olvidaste” (Lastura Ediciones. 2019)

Publicado: 22/07/2019 ·
11:02
· Actualizado: 22/07/2019 · 11:02
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Vallisoletano nacido en Burgos en 1976, J.M Barbot da a la luz “Agua serás y lo olvidaste” (Lastura Ediciones. 2019). En 2014, publicó su primer poemario, “Ulises desconcertado” y tiene editado otro libro de relatos, “Cristales rotos”.

     En esta entrega, su verso es “…agua que casi no recuerda/ lo que fue justo antes de ser gota,/ lluvia y vapor y sueño,/ escarcha en las entrañas”. El yo lírico colecciona en estas páginas un memorial sencillo y teñido de lunas, lluvias y soles, y su voz se torna condescendiente melancolía, sueño de ayer sobre un escenario donde la verdad desenmascara las letras mayúsculas de la vida. Aquí no hay más semántica que la que signa y significa la hermosa utopía del ser humano, el cauce que no desborda las fronteras sino que fluye latidor por entre las veredas del la existencia: “Seremos que somos al mismo tiempo/ lo que fuimos, lo que estamos siendo,/ lo que ya no, lo que mañana,/ lo que quizás y nunca,/ como una amalgama de nosotros mismos/ que se confunde en nuestros/ miles de rostros sucesivos,/ que por mera supervivencia/ lloran cuando deben reír y viceversa”.

     Dividido en cinco apartados, “Espejo y máscara”, “La lluvia sobre el asfalto”, “Invencibles como el agua”, “El barro que traemos en las manos” y “Lo que queda del olvido”, el volumen se envuelve en el ropaje de un ritmo sabiamente acompasado que combina los poemas en verso libre con algunos sonetos.

En busca de un futuro que no subordine su conciencia a los estragos de lo temporal, J.M. Barbot trata de reconciliarse con los espacios más propicios que sostuvieron su pasado y dibujen la dicha de su mañana. Frente al cristal de lo vivido, hace inventario de sus ausencias y de sus leyendas, de sus costumbres y sus sombras, las cuales han ido tejiendo los nombres de sus horas. Y desde ese brújula que existe escondida en la memoria, su cántico se prolonga sin vacilaciones: “Asomo los días como si fueran de barro/ y quisiera conservar/ la esencia de cada uno:/ un breve temblor,/ una luz efímera,/ un timbre que se prolonga/ más allá de la voz”.

     Entre las cuatro esquinas de su discurso, se alinea, a su vez, el cobijo de un verbo reflexivo y dialogante. Las aguas de sus poemas batallan con cuanto se ha convertido en ceniza y van más allá de lo terrenal. Lo palpable se convierte, entonces, en gesto fugaz y amado, en visionaria presencia, en fidelidad a su propio y recobrado discurrir: “Esa presencia que fue abrazo/ y al cabo sólo es/ una marca salada y turbia en la piel,/ un puñado de verbos que no fueron”.

     Un poemario, al cabo, que recoge los pasos de una travesía vital y cómplice, plena de hallazgos y deseos: “Tal vez eso es vivir/ en estas latitudes y estos tiempos./ O tal vez/ tengamos que aprender/ a ser y estar sin más”.

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