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Sin Diazepam

Casi tuve que agarrarme el corazón

Primero, felices fiestas y próspero Año Nuevo. Segundo, no duden ni un momento en rendirse a los sentimientos.

Publicado: 23/12/2019 ·
10:22
· Actualizado: 23/12/2019 · 10:29
  • Mis queridos papás. Isabel y Hassan. En medio, uno de mis muchos hijos.
Autor

Younes Nachett

Younes Nachett es pobre de nacimiento y casi seguro también pobre a la hora de morir. Sin nacionalidad fija y sin firma oficial

Sin Diazepam

Adicto hasta al azafrán, palabrería sin anestesia, supero el 'mono' sin un mísero diazepam, aunque sueño con ansiolíticos

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  • Dicen que criticar alarga la vida. Entonces, nosotros seremos eternos

Casi tuve que agarrarme el corazón. Primero, felices fiestas y próspero Año Nuevo. Segundo, no duden ni un momento en rendirse a los sentimientos. No vale la pena lo contrario. Amar no es solo un verbo. Y yo amo a mi familia. Somos peculiares, eso está claro. El que más y el que menos tiene un tiro dado. Pero aún así, somos transparentes como el agua en el nacimiento de los ríos.

Y sobre humildad es lo que va este puto artículo. A mi padre, de casi ochenta tacos, le dolían los pies este pasado verano

Dicen que criticar alarga la vida. Entonces, nosotros seremos eternos. Creo que ya lo he relatado alguna vez, pero me reitero porque es toda una tradición familiar poner verde al ausente. Incluso si el ausente acaba de salir por la puerta como quien dice. Mis viejos viven en Benadalid, un oasis de belleza en pleno Valle del Genal. Su casa está a las afueras del pueblo. Para llegar hay que bajar una senda con una pendiente imposible para chanclas de dedo. Es una cuesta imponente que, una vez has llegado se te quitan las ganas de irte. Son muchas las veces en las que ha llegado visita, a la que adulamos, agasajamos, mostrando nuestro lado más hospitalario. Nos reímos de sus gracias, les acompañamos en sus penas, compartimos sus opiniones... hasta que se van. Es ahí donde nos desnudamos para despellejarlos. Todo comienza con un comentario positivo del tipo “Es buena gente”, o “Ella es una gran mujer”... para inmediatamente soltar un ‘pero’. A partir de ese momento, como jauría de lobos hambrientos devorando una oveja, despedazamos al o los invitados... “...pero en verdad se lo tiene muy creído... pero él vale mucho más... pero tienen un problema con la bebida... pero a sus padres se la hicieron pasar canutas...”. Tal es la dimensión de nuestra capacidad para hablar mal de ellos, que cuenta la leyenda que uno de esos matrimonios que cayó en la trampa de comer en casa, acudió al médico seis meses después porque sus oídos no dejaron de pitar, un dolor que comenzó justo a mitad de la cuesta.

Pero lo bueno es que no es solo con amigos y conocidos, entre nosotros destrozamos a quien no esté. La única duda es qué dirán de mí, jejejeje... Pero sé lo que decimos del resto y es para echarse a temblar. Eso sí, lo hacemos con amor y quizás con la intención, sana, de vivir eternamente. Papá es el cabezón, mamá la especialista en decir que sí cuando quiere decir no, Guillermo el sibarita, Karim el loco, Nordin el inconsistente y yo... pues yo imagino que el que se cree más de lo que es, aunque habrá que preguntarles a ellos. Jejejeje. Sobre nuestras respectivas parejas mejor lo dejo porque eso merece un capítulo aparte.

En esas estábamos hace una semana, cuando después de siete años nos juntábamos todos. Fue un momento emocionante, a mí me flipan. Ocurrió en Barbate, que ya es mi tierra. Cómo estábamos los cuatro hermanos, apenas nos criticamos entre nosotros… un poco de estás más calvo, demasiado delgado, te sobran kilos, pero sobre todo estás más viejo. Rondamos entre los cuatro los doscientos años de vida, que ahí es nada. Pero nos queremos, os lo juro. A nuestra manera. Y nos apoyamos. Al menos siento que les tengo siempre a mi vera aunque nos veamos poco. Y estamos colgados. Y somos humildes, casi todos jajajajajajaj.

Y sobre humildad es lo que va este puto artículo. A mi padre, de casi ochenta tacos, le dolían los pies este pasado verano. Mi madre, agarrada por la gracia de la posguerra, le compra siempre unos zapatos “buenos, muy buenos” de diez euros el par. Así que le dije que le iba a regalar unos zapatos buenos de verdad, cómodos, de una marca que omitiré. No soy dado a regalar, salí a mi madre...  agarrado por la gracia de la genética, pero se los compré. Y el pasado sábado se los di. El viejo se los puso, le encantaron y lloró...  él, que es más duro que un afgano hormonado, él, que evita los sentimientos vaya a ser que debiliten. Lloró. Entonces le dije que no era para tanto. Mis hermanos preguntaron qué le pasaba y dije que era la emoción al ver que su hijo pequeño por fin se gastaba algo en un presente... se secó las lágrimas bajo sus gafas, sonrió y dijo que no, no era por eso,  todo lo contrario... “tú eres, desde que eras pequeño hasta ahora, el mejor regalo de mi vida”. Y fue entonces cuando casi tuve que agarrarme el corazón.

 

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