El brasileño Fernando Meirelles aborda en Los dos papas el encuentro en Castel Gandolfo -la residencia de descanso del Papa- entre Benedicto XVI y el entonces cardenal arzobispo Jorge Bergoglio, que precedió a la renuncia del primero y a la posterior elección del primer sumo pontífice sudamericano: el papa que “fueron a buscar al fin del mundo”. El encuentro como tal se produjo, aunque se desconoce el contenido exacto de sus conversaciones, a las que Anthony McCarten ha dado voz con unos brillantes diálogos y una aproximación tan respetuosa como comprometida con las circunstancias y los debates en torno a la realidad de la iglesia en el siglo XXI.
Meirelles subraya dicho punto de vista, primero, situándonos como auténticos voyeurs, ocultando nuestra mirada tras los arbustos de los jardines por los que pasean y conversan hasta ir acercándonos poco a poco a la personalidad de cada uno de ellos, a su pulso en torno a la doctrina cristiana, como quien va retirando poco a poco capas de piel para dejar al descubierto sus propias dudas, sus propios pecados, hasta quedarnos con el ser humano, con el hombre comprometido con los más desfavorecidos, pero también con el que vibra con los partidos de su selección.
En segundo lugar, apoyado en dos intérpretes enormes, Anthony Hopkins -de menos a más- y Jonathan Pryce -a quien doblan el acento argentino, aunque perfecto en el tú a tú con Hopkins-. Y, en tercer lugar, que es la parte más floja de la película, con una serie de, en su mayoría, innecesarios flashbacks sobre la posición de Bergoglio frente a los golpistas en Argentina, empeñado Meirelles en subrayar la historia de redención a la que confluyen las respectivas confesiones de sus protagonistas en busca del perdón, que en el caso de Ratzinger apuntan directamente a su nula complicación frente a los casos de abusos sexuales a menores por parte de sacerdotes en lugares de todo el mundo. Puede que la contundente elipsis con la que afronta ese momento eluda un mayor sentido crítico, pero mantiene el tono de una cinta que resulta amable y que, incluso, termina venciendo la tentación de limitarse a ensalzar la figura del papa argentino.