Amante cruel, espíritu inmortal, melodía del origen, don incomparable, repentino destello, bálsamo confeso… Estas, y muchas otras, son las definiciones que pueden hallarse a la hora de definir la memoria, y de dar cuenta de cómo y cuándo y por qué nos envuelve y nos atrapa.
Escribió Arthur Schnitzler que la comodidad y la cobardía eran los peores enemigos del recuerdo. Y, en verdad, que no le faltaba razón al dramaturgo austriaco, sobre todo al imaginar cómo podría ser la vida de un escritor si renunciase a compartir sus acordanzas.
Del poder de la evocación y de su sólido patrimonio literario se vale Pedro Sevilla para dar a la luz su nueva entrega, “El amor es ahora” (Libros Canto y Cuento. Jerez de la Frontera, 2019).
Se trata de un volumen entrañable, escrito con una prosa límpida y honesta, donde el escritor arcense se afana en consolidar “un canto a la vida a través de la muerte”, dicho sea con sus propias palabras.
Consciente de que “uno siempre escribe desde la duda y la angustia”, su decir se alza sereno, al compás de un sincero ejercicio de conciencia. Porque desde la atalaya de un tiempo nuevo y renovado, el yo narrador se postula como confidente, como actor solidario de unos hechos íntimos, si cómplices para el lector.
Y, precisamente, ahí radica una de las mayores virtudes de este libro, el que su mensaje armonice con una prosa cálida, que cobija y conforta: “Pero aún me reconozco en esa sonrisa, en ese afán por ser bueno, por no dejar al mal hacerse solo. Me reconozco y no añoro la edad de entonces, pero sí ese torso aún sin cicatrices, que podía enseñarse y abrazarse sin miedos a otros torsos”.
Superar la malicia de un cáncer y el dolor y el temor de una leucemia, son también materia temática en estas páginas. Saberse herido y cerca de la finitud, no hicieron renunciar a Pedro Sevilla a seguir luchando por aquello que más quiere. La cercanía de su hijo y de su hija, la abnegación y el amor profundo de su esposa, el ejemplo valeroso de su madre…, lo acompañaron y consolaron en esas deshoras que pretendió hacer cada vez más humanas: “Pensé que la muerte era eso, adentrarse en una tarde de domingo con una mujer fuerte que te acaricia las manos, hasta quedarte dormido para siempre”.
Su breve paso por la política como Concejal de Cultural del Ayuntamiento de Arcos, sus inicios líricos -su primer cuaderno de poemas editado, su primer recital-, sus maestros literarios…, toman también protagonismo a través de una palabra luminaria, cuya sincera expresión deviene en credibilidad argumental.
Bellas son las historias en torno a su relación materno/filial. El desconsuelo que produce el Ahlzeimer, la angustia de ver como a las personas amadas se les van disipando los recuerdos, son para el autor motivo de permanente tristeza. Con delicadeza, con agradecimiento y con ternura va bordando frente a su madre, la historia de su ayer y su presente, de toda una vida latiendo al par de su corazón. En el último capítulo de este hermoso cántico, le dedica una conmovedora misiva tras su fallecimiento: “Querida madre: no sé donde estás ahora porque la muerte no es un lugar ni un tiempo, pero sé que te llegará mi carta (…) No te escribo para que me expliques nada. Te escribo sólo por amor”.
Por amor, por afecto y por pasión, hay que leer y degustar esta memoria del tiempo ido, del tiempo nuestro, del tiempo de un escritor con mayúsculas.