La pareja protagonista de esta historia tardó casi veinte años en darse el “sí, quiero” pero nunca pudieron imaginar que una sencilla boda civil, con apenas una docena de invitados, pudiera verse alterada hasta límites surrealistas por un “bicho” como el Covid-19.
Todo se complicó el jueves, cuando el cierre de colegios fue un hecho y a los empleados públicos comenzaron a mandarles circulares sobre el teletrabajo. “Niño, que esto es serio, habría que ver lo del viaje…”. Las llamadas a la compañía con la que habían reservado el viaje combinado (avión, hoteles y coche de alquiler) no aportaban solución alguna, más allá de dejar claro que no había situación excepcional legal a la que acogerse y que el seguro contratado, como la OMS había declarado el Covid-19 como pandemia, no cubría nada.
El viernes fue todo a peor y los jarros de agua fría, mejor dicho, congelada, caían uno detrás de otro. Cancelar el viaje implicaba perder todo el dinero, aplazarlo a otras fechas suponía pagar entre 700 y 800 euros más, y como seguían sin anunciar ninguna medida excepcional, no había protocolos a seguir: en medio de la desesperación, ya con los ojos brillantes por los nervios, el mensaje avisando de la comparecencia del presidente Pedro Sánchez supuso un hilo de esperanza. Sí, Sánchez anunció el estado de alerta pero no había un BOE al que acogerse: el viaje se cancela por causa de fuerza mayor, sí, pero habrá que esperar, recurrir, presentar escritos y pelear para que devuelvan el dinero.
Esperando la comparecencia de Pedro Sánchez, conectados mediante móvil con el perfil oficial de La Moncloa, suena el teléfono. Es el del restaurante, preguntando si se mantiene la reserva, que ellos abrirán sólo para eso. Se mantiene, doce o trece personas como máximo.
Tras la comparecencia de Sánchez, llama la concejala del pequeño pueblo del Aljarafe sevillano en el que se va a celebrar la ceremonia civil: que la mantiene pero sólo pueden entrar los novios, los testigos y dejarían a la fotógrafa para que por lo menos haya constancia de la boda. El que llama después es el VTC contratado, misma historia, que se mantiene todo pero con la incertidumbre de qué pasará si hay decreto o no en mitad de la boda.
En el aire todo, con hora y fecha pero sin saber si decretarían en medio de la ceremonia el estado de alerta, nervios a flor de piel, los novios están en la puerta del Ayuntamiento a la una en punto mientras los invitados no saben si saludarse o no y la mayoría, entre risas, opta por chocarse los codos. El salón es grande y permiten la entrada a todos: once personas y sólo están juntos los novios y los padrinos, el resto, dispersos por el salón. Ceremonia corta, con el virus disputándole el protagonismo a los novios, dos manojos de nervios, por la boda en sí y por la situación.
Los parques están cerrados ya y la estatua de una rotonda sirve para hacer las fotos de recuerdo. El restaurante los espera, sólo a ellos, sólo un par de personas están fuera con una cerveza, que pronto se marcharían a casa, y una pareja en el interior, junto a la barra. El establecimiento está a la entera disposición de las once personas que forman el cortejo matrimonial y confiesan que, una vez concluya la copita, cerrarán: dos semanas o lo que haya que cerrar, al igual que hará la gran mayoría de los bares de la población. Y aún no ha salido el BOE ni ha comparecido Pedro Sánchez, sí hay borrador que incluye la limitación de movimientos y dos de los invitados temen no poder volver a casa, a la sierra de Huelva.
Durante el convite hay un momento en el que todo es coronavirus, a veces con guasa andaluza, muchas veces con preocupación, nadie se olvida del Covid, el invitado número doce… Invisible pero presente, tanto que la mitad debe irse antes de que se ponga el sol para que no tengan problemas los dos serranos en llegar a casa, a pesar de que es uno de los supuestos en los que sí se permite el desplazamiento: volver al domicilio habitual.
Y el invitado seguirá presente, no por dos semanas, sino para toda la vida de esta pareja. Se casaron con el coronavirus como testigo.