La millonada que ha costado esa plataforma ciclista peatonal de la playa -que por cierte, le hace comba a las bicicletas- es un ejemplo de por qué el futuro turístico de San Fernando, al menos el de sol y playa, está en los cuarteles de Camposoto, donde está el Centro de Formación de Tropa número 2 (Cefot-2) y el Regimiento de Artillería de Costa número 4 (Racta-4).
Ni siquiera se puede mirar para La Leocadia, donde el Gobierno local quiere colocar esa piscina a levante libre y que ya de por sí habla de sus limitaciones. Allí no se puede levantar más que un edificio de una planta que como hotel resultaría escasamente rentable para un inversor.
El futuro está en tierra firme donde se puede construir sólo con las limitaciones de una zona urbana destinada a equipamiento turístico y de donde pueden salir los hoteles desde los que se vea esa playa virgen que no se deja tocar porque no es mujer fácil.
Ya se ha dicho en este periódico otras veces ilustrando el texto con fotos aéreas. En Camposoto, del campo de tiro de fusil hacia la Punta del Boquerón, construir es una odisea que nunca se sabe cómo va a acabar.
Y se pone el mismo ejemplo que en Bahía Sur, donde todo el proyecto iba sobre una única planta en altura y una subterránea. Cuando comenzaron a trazar lo que ahora es Carrefour se dieron cuenta de que necesitaban hacer una pileta de esas mismas dimensiones para asentar la estructura en el suelo.
Por eso hicieron dos plantas y por eso algunas zonas superaron y superan la altura del que fue el centro comercial más ilegal de Andalucía.
Independientemente del cambio de diseño de la pasarela y de que alguien se equivocara, la zona donde está enclavada -que el tiempo no ha dicho la última palabra- precisa de ingeniería pesada y de mucha suerte, porque el pilotaje de cualquier construcción va a depender de a qué profundidad esté la tierra firme en la que se apoye. Y puede estar a cinco metros o a quince. Y variar la profundidad cada dos o tres metros.
Nadie en su sano juicio -por el coste económico y por las limitaciones que altura que harían inviable cualquier proyecto- construirá nada allí y si se ha construido una pasarela es porque se han usado vigas a modo de voladizo sobre el caño apoyándose en la carretera.
La oportunidad perdida
La oportunidad que tuvo esta ciudad de que hace unos años el Cefot-2 se trasladara a Cáceres tardará en pasar. Aquí se hizo la cuenta de los pobres. Cuánto se perdía con su marcha, no cuánto se ganaba con ella. Al frente de ese desatino, el alcalde
José Loaiza que reunió a todos los colectivos de la ciudad, tan cortos de vista como el propio alcalde de la época. "Bueno, que se vayan, pero ahora no", decían, poco más o menos.
Ahora a lo máximo que puede aspirar la playa -porque un proceso de desafectación es muy largo- es a tener su carretera arreglada el año que viene y unos servicios de quita y pon que permiten gozar de esa divina majestad sin más vestimenta que la naturaleza cuando no es temporada de verano.
La alcaldesa de San Fernando, Patricia Cavada, dijo el martes pasado, cuando se inauguraba esa obra que tanta lata ha dado, que el nuevo paseo marítimo supone “un paso decisivo para que la playa de Camposoto, esa gran desconocida, tenga un nuevo aliciente para la transformación y reordenación de nuestro modelo productivo en la apuesta por el turismo sostenible y medioambiental”.
Cavada dijo que “estamos ante una playa natural de siete kilómetros con un entorno urbano que está a diez minutos, que además ofrece un monumento natural como es la Punta del Boquerón, a lo que se suman las aportaciones patrimoniales como son esas baterías defensivas o el castillo de Sancti Petri”.
Demasiado lejos de un hotel o de dos a pocos metros del arenal y a años luz de una recompensa a la ciudad por lo mucho que ha dado a este país llamado España. Y que ha recibido, cierto, pero es hora de hacer cuentas.
Y todo esto referido al futuro turístico, que sólo sería una pata de la economía de la ciudad. El coronavirus ha dejado claro que pretender vivir sólo del sector servicios puede ser una ruina, aunque toda economía basada en un monocultivos se arriesga a serlo. Y aquí parece que todo el mundo mira al camarero. Ni siquiera esta crisis que no ha acabado hace que se replanteen las cosas hacia una diversificación económica que salve los muebles por si alguien tose en un autobús.