Ser ateo es en la actualidad un término absurdo, de escasa repercusión social, que ya no da luz, ni brillo a quien así dice considerarse. Ha contribuido de forma notable a ello todo aquel que ha conseguido elevarse - utilizando los más dispares escalones - a un puesto de responsabilidad y poder. A partir de ahí, ya se consideran dioses, que nadie lo dude y que nadie sea capaz de interponerse en sus ideas y decisiones, porque la verdad y la idoneidad de las mismas no admite enmiendas, ni añadidos de ningún tipo. Gran parte de culpa de esta actitud, la tienen los fanáticos y apasionados oyentes de sus mítines, con sabor a sermones y los que en las múltiples tertulias que invaden los medios de comunicación ponen esa tremenda vehemencia y exageración en los logros de su líder, cuando las acciones no pasan de ser vagas mediocridades o errores que el cinismo cubre y recuerdan a la discreta colina que hay en las afueras de mi pueblo, que al verse rodeada de amplia llanura, adopta aires de Everest.
Las condiciones actuales de la vida en este país hacen muy difícil el poder evadirse de los acontecimientos políticos. Tenemos la política, como niebla en el bosque, ocupando todos los espacios que precisan nuestra existencia, comenzando por las escuelas, siguiendo luego en las universidades, en el oficio, en la profesión, en los intercambios comerciales, en el derecho a la vida y la muerte y lo más hiriente, en el derecho a la propiedad y a la integridad física. La política ha esclavizado a la historia e incluso a la poesía.
La aparición de un nuevo año, siempre era motivo de ilusión, esperanza, renovación de nuestras actitudes y proyectos, deseos de perfección. La libertad era la tarima en que se apoyaba este cúmulo de aspiraciones. No se presenta así el 2021 y lo primero que nos ha mostrado es unos agrios grilletes, que señalándonos como responsables de la expansión de una pandemia, de la que no somos ni culpables, ni cómplices, sí tenemos que "cargar" con sus consecuencias mórbidas y mortales y nos deja en una situación de "prisión preventiva" en lo concerniente a relaciones familiares, de amistad y ocio. La sociedad se hace consciente de que la prevención es la salida que la ciencia indica, porque una vez que la calle se llena de oquedades, son los vecinos de ella los que tienen que sufragar los gastos para recomponerla. El contratista que llevó a cabo la ejecución de la obra, no se molesta.
Se acepta todo. Confinamiento, distancia, mascarilla, lavados de manos, pérdida del ocio, del acercamiento a los pequeños y el ciudadamo se hace eco de las normas que indican que el no cumplimiento de estas condiciones, se sancionará con cuantías económicas que pueden llegar a ser superiores al conjunto de todas las nóminas de su vida laboral de un trabajador medio. El lavado de manos de Pilatos se le ha quedado corto a las autoridades en esta ocasión. No obstante las normas y leyes vigentes están para cumplirlas y esta es la primera y principal obligación de la sociedad civil.
Ahora bien. Hay también que reconocer, para ser justos, que a lo largo de todo el pasado año, desde el inicio de la pandemia, no se hizo por parte de quienes correspondía, casi nada bien, sobre todo al principio y ese casi nada se ensalzó en demasía con los prologados aplausos parlamentarios. La enumeración de estos hechos es ya absurda por conocida y además porque hay que avanzar sin tener que estar continuamente mirando hacia atrás, aunque el recuerdo siga vivo en nuestras conciencias. Pero ha entrado el nuevo año y sigue el agobio ante las cifras de contagiados, el dolor y la tristeza ante tanta mortalidad, el pánico a contraer la enfermedad de forma grave. Los hombres de ciencia, los investigadores, han hecho realidad la esperanza y la vacuna ya está disponible. De nuevo no hay un claro proyecto, un plan A y la distribución de esta profilaxis, comienza a ser muy deficiente. Ello se debe a falta de expertos o a que los existentes no tienen la necesaria eficacia. El remedio tiene que ser inmediato.
Ante estas arbitrariedades la sociedad civil, que carece de capacidad para editar normas o decretos, o de sancionar con cuantía económica o perdida del cargo, parece estar desnuda, pero tiene en realidad dos canales de actuación. Uno, la resistencia pacífica y la expresión en calles y plazas de su descontento. Otro, utilizar nuestro único dardo, el voto, cuando corresponda, con el suficiente sentido común, para que alcance la diana donde estén los mejores. De esta forma dejará de haber dioses minúsculos y aparecerán de nuevo los ateos, que es la mejor garantía de que Dios, con mayúsculas, existe.