A las 18.23 horas de tal día como hoy, hace cuarenta años, España enmudeció. El asalto al Congreso de los Diputados de doscientos guardias civiles comandados por Tejero Molina dejó las calles de Jerez, y de toda la nación, desiertas. La gente, en aquel 1981, seguía la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo a través de la radio, en casa, en los bares, en los lugares de trabajo y en la calle, paseando con los transistores pegados a las orejas, y lo último que escucharon fueron unos disparos y el silencio.
Poco a poco se fue conociendo que no eran etarras vestidos de verdes como se pensaba los que habían tomado el hemiciclo sino que eran miembros del Cuerpo a cargo de un general que se las tuvo tiesas con Gutiérrez Mellado, que le pidió explicaciones en su sillón parlamentario, y poco después se sabía que en Valencia Milan del Bosch decretaba el estado de excepción y enviaba las tropas a la calle. Posteriormente Armada entraba en el Parlamento para supuestamente negociar la finalización del asalto aunque lo que trataba era de esclaracer que clase de gobierno se iba a formar ya que, el que había sido tutor del Rey Juan Carlos, suspiraba por uno de concentración y el presunto líder del golpismo lo quería exclusivamente militar.
Lo cierto y verdad es que de aquella jornada, que a la postre fue clave para potenciar la joven nueva democracia española y hasta para proteger la figura de una monarquía puesta ya entonces en entredicho, hay escasos elementos de análisis más allá de lo que los protagonistas han ido desarollando a través de sus relatos, ya que fue un golpe de estado que carecía de papeles y hasta de unidad, porque los nostálgicos querían retornar la dictadura, otros, cerca del poder, pretendían reconducir una democracia que entendían era excesivamente profunda y muy descentralizada con la creación de los gobiernos autónomos y otros que querían una mayor fortaleza de poder para acabar con el terrorismo de ETA y del Grapo.
Aquello, que finalizó en la mañana del día 24 y con una manifestación de millón y medio de personas en Madrid en favor de la conquistada democracia,fue una trama escasamente organizada y tremendamente descoordinada a la que la intervención del ahora monarca emérito, que recordará la realidad desde su residencia eventual en los Estados Árabes Unidos, en la madrugada puso un punto y final que se hizo verdad horas más tarde.Lo de Tejero y compañía fue una chapuza que alguno, como el historiador gallego Xusto Beramendi, tachó en su momento de auténtica opereta. Bendita opereta que reafirmó la conciencia de que un nuevo tiempo nos tocaba vivir a los españoles.