Ni siquiera los contrastes, ni siquiera la diferencia entre su espectacular primera vuelta desde todas las perspectivas y su visible bajón posterior, que puso hasta en duda todo el imponente recorrido anterior, han apartado al Atlético de Madrid del título, culminado en Valladolid en la última jornada.
De los 50 puntos de 57 posibles de sus primeros diecinueve partidos, a la altura de la mejor primera fase del campeonato de su historia, sólo equiparable a la campaña 2013-14, con el 87 por ciento de los puntos, de los que sólo perdió siete, gracias a una serie de 16 victorias, dos empates y nada más una derrota, con dos rachas de siete y ocho triunfos consecutivos en ese periodo.
A los 36 puntos de 57 posibles en las siguientes 19 citas, en las que sólo al final fue capaz de encadenar tres triunfos (2-1 contra la Real Sociedad, 2-1 contra el Osasuna y 1-2 contra el Valladolid, por ese orden) y en las que ha sumado un 63 por ciento de los puntos competidos. Ha ganado diez de esos 19 duelos (un 52 por ciento). Seis empates y tres derrotas completan el recorrido.
Los números describen una diferencia que también se trasladó de forma más que visible desde el terreno de juego, en cada mecanismo, en cada función, en cada parte del campo, desde la defensa -inabordable al principio, vulnerable después- hasta el ataque, rotundo la primera vuelta y mucho menos eficaz después.
UN NUEVO ESTILO, UN INICIO IMPRESIONANTE
Porque el Atlético surgió en octubre, cuando impresionó con su puesta en escena en el Wanda Metropolitano con una victoria por 6-1 frente al Granada, con un nuevo estilo; una evolución ofensiva, más mandón con la pelota, más posesivo, más desbordante, más dominador y más concluyente, porque también añadió la pegada indispensable para transformarlo todo en el marcador, que además también provocó un efecto colateral en su defensa, inabordable para casi todos.
Dentro de ese fútbol de vertiente ofensiva, alejado de la prioridad defensiva del pasado en la era Simeone, el Atlético trazó sus primeros diez encuentros de Liga con ocho victorias y dos empates. Y ocho duelos imbatido de Jan Oblak, con nada más dos goles en contra y con 21 tantos a favor... hasta la derrota contra el Real Madrid (2-0), un punto de inflexión visible para el juego.
No para sus resultados, porque el Atlético respondió a tal afrenta -por la forma en la que el Real Madrid lo redujo a la nada en el primer tiempo en el estadio Alfredo Di Stéfano- con una pegada tremenda, personificada en Luis Suárez, ocho veces goleador en ese tramo de ocho partidos. Porque, tras la derrota en el derbi, el equipo venció sus ocho encuentros, con más apuros, más vulnerable -recibió goles en cinco de esos choques para un total de seis tantos en contra-, pero también más efectivo que nunca.
Por eso, superó al Cádiz (2-4), al Eibar (1-2), al Alavés (1-2) y al Getafe (1-0); en el caso de los dos equipos vascos con goles de Luis Suárez en los instantes finales. En el 3-1 al Valencia y el 3-1 al Elche también fue básica esa destreza. Igualmente, en el 2-0 a la Real Sociedad y el 2-0 al Sevilla, aunque en ambos fue también insuperable en su defensa para reafirmar su liderato indiscutible.
DE LOS INDICIOS A LA EVIDENCIA: EL BAJÓN DEL ATLÉTICO
No lo fue tanto después, cuando tanto el Barcelona como el Real Madrid y el Sevilla evolucionaron en sus marcadores (en las primeras 14 citas de la segunda vuelta, el conjunto azulgrana sumó, por ejemplo, 13 puntos más que el Atlético) y cuando él perdió el desborde, la pegada y el juego, en su transitó al filo de la caída.
"Tuvimos muchos puntos de ventaja, pero también entendíamos que clubes como el Barcelona y el Real Madrid no iban a salirse de la pelea continua de todos los años", repasó durante este recorrido hacia el título Diego Simeone.
El bajón de los marcadores parte del 2-2 con el Celta, pero no tanto en el juego, porque aquel día -el pasado 8 de febrero- el Atlético tuvo remontado y ganado su partido hasta última hora, cuando encajó el empate. Después venció 1-2 en Granada. Luego fue el 1-1 y el 0-2 con el Levante en los que quizá mereció mejor desenlace, el 0-2 al Villarreal, el 1-1 con el Real Madrid, al que tuvo eliminado de la carrera por la Liga, o el 2-1 al Athletic Club, pero todos dentro de unas dificultades patentes.
Por una cuestión de pegada, quizá, el declive se hizo poco a poco más evidente. No hay mejor baremo que los resultados; el 0-0 con el Getafe, el 1-0 en Sevilla y el 1-1 con el Betis (calificado por Simeone como el momento más complicado para el equipo de la temporada) para ponerlo al borde del precipicio, al filo de perder un liderato sostenido a trompicones, por la eficacia con la que cambió el partido contra el Eibar (5-0) y el Huesca (2-0) y por dos marcadores ajenos: la victoria del Granada en el Camp Nou y el empate del Real Madrid frente al Sevilla.
Luego resurgió, con su victoria por 0-1 en Elche, con el 0-0 en el Camp Nou y con las tres victorias sufridas y seguidas frente a la Real Sociedad (2-1), el Osasuna (2-1) y el Valladolid (1-2) para ser el primero de todos, el campeón, de esta Liga. Esta semana ya no se decía 'buenos días' en Majadahonda, sino 'vamos a salir campeones', como pidió Simeone a los empleados del club en la ciudad deportiva.
UN CONTRASTE Y VARIADAS RAZONES
El porqué de tal divergencia responde a muchos factores, unos más visibles que otros. La contundencia figura entre los primeros. Quizá en el principal. Más allá de la certeza de que perdió juego, desborde y presión; rebajó su entusiasmo ofensivo; jugó menos en campo contrario, con lo bien que le sienta hacerlo y con lo bien que lo recuperó en el tramo final; atravesó momentos de menor rendimiento, más cansado, con más bajas, o los rivales aprendieron a contrarrestarlo con una presión alta, no hay aspecto más definitivo y reconocible probablemente en el campeón rojiblanco que la pegada.
A esa destreza, con los 21 goles de Luis Suárez, los 12 de Marcos Llorente, los nueve de Ángel Correa, los siete de Joao Félix o los seis de Yannick Carrasco, responde, sobre todo, la firmeza con la que dominó el torneo en el primer tramo, con la que resistió entre los vaivenes posteriores y hasta, cuando no la tuvo, por la que se sintió amenazado. Contra el Levante, por ejemplo, sumó nada más un punto y un gol con 42 remates a portería entre los dos encuentros.
Ha habido más, también incluso se ha hablado de las bajas y la incidencia de la Covid-19 en el equipo, con el contagio de Yannick Carrasco, Joao Félix, Thomas Lemar, Héctor Herrera, Mario Hermoso y Moussa Dembélé entre finales de enero y mediados de febrero, pero tampoco parecen que hayan sido tan trascendentes para tal bache.
Entre otras cosas porque los resultados dicen lo contrario. Hay ejemplos variados en ese sentido: sin Luis Suárez ganó al Osasuna (1-3), al Valencia (0-1) y al Barcelona (1-0) en la primera vuelta y al Eibar (5-0) y al Huesca (2-0) en la segunda. Nada más cedió puntos -dos- sin él en el 1-1 contra el Betis, que también contó con la relevante baja de Marcos Llorente por ciclo de cinco tarjetas.
Sin Koke Resurrección, básico en su esquema, venció en Eibar. Y sin Carrasco, tan trascendente todo el curso, ganó cinco de sus siete encuentros. Y cuando más incidencia hubo en el equipo de la Covid-19, hubo marcadores de todo tipo, con dos victorias contra el Cádiz (1-2) y el Granada (2-4), dos empates con el Celta (2-2) y el Levante (1-1) y una derrota contra el club valenciano en el Wanda Metropolitano, que fue indudablemente una cuestión de pegada.
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Dos Atléticos un campeón
Los números describen una diferencia que también se trasladó de forma más que visible desde el terreno de juego
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