Convencer al papa Francisco para que participe en una conversación filmada junto a diez jóvenes de diferentes lugares del mundo y de diferentes creencias y condiciones tiene un enorme mérito. Y el mérito es de Jordi Évole.
Que el resultado haya sido el esperado dependerá del punto de vista del espectador, aunque resulta evidente que detrás de la supuesta encerrona al Sumo Pontífice y del estudiadísimo perfil de cada uno de los jóvenes participantes, prevalece un discurso respetuoso y amable que va creciendo a partir de los testimonios de vida y de fe de cada uno de ellos y de la interacción establecida con el papa, que ni rehúye conflictos ni oculta su auténtico compromiso con la grabación del documental: mostrar al mundo el papel de la Iglesia en el siglo XXI, sin renunciar a sus dogmas sagrados, pero consciente de una realidad en la que debe imperar la fraternidad, que, como él mismo subraya, es a lo que se reduce este pequeño ejercicio cinematográfico; es decir, a la suma de identidades personales tan dispares como abiertas a la hora de establecer lazos en común, porque, en el fondo, “todos somos hijos de Dios”.
No obstante, el mayor mérito de Amén: Francisco responde es que se constituye y desarrolla como una obra coral. El papa no es el protagonista absoluto. Aunque todas las miradas se dirijan a él y abramos los oídos cada vez que responde o interviene ante cualquiera de las cuestiones planteadas por los jóvenes, el desarrollo del montaje transita por diferentes estados emocionales, varios de ellos estremecedores, a partir del juego comunicacional establecido entre Francisco y sus conversadores, libres a la hora de abordar cuestiones como los casos de abusos sexuales por parte de religiosos, la homosexualidad, el aborto, el feminismo, el machismo, la intolerancia o las nuevas realidades sociales.
Cada uno de los protagonistas se encarga de enfocarlos desde su propia existencia: un ateo, un musulmán, una evangelista, una hindú, una chica que se reconoce “no binaria”, un joven víctima de abusos, una ex monja y, por supuesto, una joven madrileña perteneciente a las comunidades neocatecumenales y que, ahí sí cojea el documental, parece la “rara” del grupo con toda su candidez y amor por Jesús. Tal vez de las pocas pegas a un trabajo más que interesante, pero que lo es, sobre todo, de la mano de sus protagonistas.