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Desde la Bahía

Mi 24 de Septiembre

He cumplido 84 años. La larga vida, como el largo tiempo, guardan la historia de las personas y las cosas, otra cosa es como se han desarrollado las vivencias

Publicado: 01/10/2023 ·
19:10
· Actualizado: 01/10/2023 · 19:10
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Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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Se nos fue septiembre. Reiteradamente me he referido a este mes en los últimos artículos, pero dejé quizás intencionadamente el indicar la fiesta, la efeméride, que se celebra el día veinticuatro. Apagada por el empuje huracanado de la historia política, Nuestra Señora de las Mercedes, madre espiritual de todos los creyentes -y en La Isla deben ser numerosos dada la magnitud de sus desfiles procesionales en épocas marginales a la Semana de Pasión - vive en el silencio de los templos su resignada pérdida de protagonismo a favor del recuerdo de la inauguración de las Cortes Constituyentes de 1810 que finalmente acabarían en la Constitución de 1812. No teníamos aún ni Rey, encarcelado en Francia, ni Nación en gran parte bajo el dominio francés y sin poderse confirmar cuál sería su futuro. Gracias a Dios el río finalmente se decidió a pasar por el puente construido con anterioridad.

Vi la luz a la vida ese día de la Merced, tras nueve meses en el vientre de una joven que no sobrepasó los veintinueve años de vida y que curiosamente tenía por nombre Mercedes, es decir, fui el primer regalo que mi madre recibió aquel día y del que solo pudo disfrutar unos catorce meses.
He cumplido 84 años. La larga vida, como el largo tiempo, guardan la historia de las personas y las cosas, otra cosa es como se han desarrollado las vivencias.

Hemos celebrado unidos en familia el “cumpleaños”. Con entrañable ternura, pero sin aspavientos ni discursos grandilocuentes. Mis hijos me preguntan si en mi vida ha predominado la felicidad. Estamos en un área de mar, rodeados por él, por lo que somos viejos amigos con excelente conocimiento mutuo, lo que aprovecho para responder a la pregunta que me han realizado. La felicidad es el “oleaje del mar de la vida”. Unas veces -que deben ser las máximas posibles- el oleaje viene plácido y sereno, con musicalidad sublime a acariciar alegremente la cálida arena de la playa. Otras veces - que uno desea que sean las menos- las olas rompen contra bloques de granito, sin llegar a unirse a las paredes de los muros, que esperan su abrazo y expresan su tristeza por esa ausencia. No debía de ocurrir, pero en escasa cuantía, el oleaje salta por encima de todo obstáculo produciendo daños -en ocasiones irreparables- que todo enfrentamiento lleva consigo y ante los cuales se debe estar vigilante para responder con muros de contención, que deben ser dialogantes, evitando la anegación de la ternura y de la confraternidad.


Mi edad física, que me está permitiendo realizar con absoluta normalidad una vida laboral y de relación, está en absoluta discordancia con mi edad psíquica que permanece prácticamente invariable desde hace varios lustros. Estamos hoy unidos y lo que nos atrae es nuestra vida familiar y hogareña. Si me decís, hijos míos, que pilares mantienen la felicidad tan deseada en el hogar, que sin duda es lo que más nos interesa, habrá que reconocer que pueden ser muy diversos y sobre todo unipersonales, pero los míos so: el aire del hogar, sin el que no se puede respirar, ni vivir, debe llevar un aroma de amor que debe estar a cargo de la pareja que lo constituye, ambos esposos. Si no hay amor nunca llegará la savia al fruto del árbol del matrimonio: los hijos. La alegría mayor que ellos nos producen no es solo verlos crecer, sino que nos sobrepasen en estatura y saber, en capacidad y progreso. Son ellos el sístole de la felicidad del hogar. La diástole o relajación la dan los nietos, que en edades avanzadas como la mía te hacen comprender con su alegría y sus juegos el milagro de la vida, contagiando a la de los abuelos, que los hace sentirse como un “Josué bíblico” que en vez de parar la carrera del sol, lo que consiguen es frenar la evolución degenerativa del curso de su existencia.

Consciente de mi edad, este ambiente familiar hace que considere la vida como una aspiración a no renunciar a nada, profesión, estudio, aficiones, amistad y que mantenga cada día más vivo y con encanto progresivo, el amor hacia mi esposa.

No pienso en “el último viaje” como decía A. Machado, ni en que “esté al partir en la nave que nunca ha de regresar”, sino en pintar mi barca y dorar el nombre de la misma Maica Mohedas. Sigo creyendo en Aquel que anduvo sobre las aguas y no me gusta estar recordando perennemente la crueldad y la tragedia de la cruz, porque hace despreciar al ser humano y no todos son verdugos. Las notas de mi pentagrama son eternas, aunque el instrumento musical tenga su término físico. Pero me entusiasma el creer que no voy a quedar en el olvido de las personas a las que quiero. El recuerdo es la eternidad.
Con el artículo de hoy, perdonadme el atrevimiento, quiero homenajear a las personas que más quiero y viven conmigo en este mundo, mujer hijos nietos y hermana. Los ausentes son la brisa que uno no deja de sentir cada mañana. La amistad es la tilde que completa el significado de lo expuesto.

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