Admiro nuestro puerto desde una de las terrazas que, en el Soho, hacen negocio con el tardeo malagueño. El sol se derrama sobre azoteas que siempre miraron al mar y los dos enormes barcos que cubren la ruta con Melilla se unen al buque escuela de Perú y a un yate de impúdico precio que pasa la tarde del domingo esperando que un tipo con mucho tiempo libre tenga un hueco para hacer uso de él y navegarlo, como diría un marino. Paso junto a la sede de Google, orgullo local del boom que estamos viviendo ahora y que pone a Málaga en el epicentro justo de la innovación y el desarrollo tecnológico y, por qué no decirlo, también cultural, y tomo un taxi para volver a casa cuando empieza a ser fría y noche cerrada de enero. El taxista me habla de la ciudad, yo le contesto y reflexionamos juntos sobre lo que nos pasa como urbe; no hay nada que le guste más a un malagueño que charlar con otro sobre su pasión compartida. Y me saca el tema de los alquileres y el precio de las casas, de cómo muchos jóvenes se están yendo de Málaga porque no pueden hacer frente a esas mensualidades; me dice que él lleva a algunos de esos nómadas digitales que todos intuimos pero que, para muchos, parecen animales míticos más parecidos al unicornio; y asegura que estos tienen salarios altos y pueden pagarse la casa donde quieran, lo que al final conlleva que muchos malagueños deban irse a vivir al extrarradio o más lejos. Esta semana he conocido el caso de un amigo que se ha ido hasta Mollina y así son ya unos cuantos los que, a golpe de tren, tratan de no alejarse de la ciudad de sus vidas. Málaga sin malagueños no tiene futuro, me dice el conductor mientras toma con pericia una curva cerrada que da acceso a mi barrio. Me pregunto si no seremos todos un poco cómplices de lo que sucede: de dejar que muchos acaben por marcharse de Málaga, que, como decía José Díaz Pérez, poeta, todo lo acoge y todo lo silencia. Y a esos, los sustituyen otros que hacen su vida donde quieren, frente a quienes sólo son capaces de hacerla donde pueden. La ciudad de dos velocidades, que llaman. Es hora, tal vez, de ir pensando soluciones a este éxodo silenciado.
Fuego amigo
El éxodo silenciado
Los sustituyen otros que hacen su vida donde quieren, frente a quienes sólo son capaces de hacerla donde pueden
Fuego amigo
En mis columnas hablo de la Málaga que fue, de la que es y, a veces, de la que será
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