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Miércoles 27/11/2024
 

Lo que queda del día

Epitafio para la canción protesta

Ya no hay canciones que avergüencen a los mandamases de la guerra, sólo vídeos que retuercen nuestros corazones y abundan en nuestra impotencia como sociedad

Publicado: 12/10/2024 ·
12:21
· Actualizado: 14/10/2024 · 00:19
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  • Efectos de un ataque en la franja de Gaza. -
Autor

Abraham Ceballos

Abraham Ceballos es director de Viva Jerez y coordinador de 7 Televisión Jerez. Periodista y crítico de cine

Lo que queda del día

Un repaso a 'los restos del día', todo aquello que nos pasa, nos seduce o nos afecta, de la política al fútbol, del cine a la música

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Decía un personaje de William Faulkner: “El sol brilla, nunca pasa nada, y antes de que te des cuenta ya tienes sesenta años”. O los ha cumplido alguien a quien admiras sin saberlo. Me ha pasado con Tracy Chapman. Llevaba 16 alejada de los focos, sin publicar ni un solo disco, hasta que una breve aparición en la gala de los premios Grammy de este año ha acercado su voz a las nuevas generaciones, que han disparado más de un 300% las descargas de Fast car, el tema que interpretó esa noche junto a Luke Combs.

Pese a sus rastas encanecidas, Tracy no ha perdido ni el timbre de voz ni la luminosidad de sus ojos y espero que algún día nos ayude a completar ese vacío de casi dos décadas en los que el sol ha brillado cada día hasta que nos hemos dado cuenta de que ha cumplido 60 años.

Como decía Emma Thompson de Joni Mitchell en Love actually, hubo un tiempo en que Chapman ayudó a educar emocionalmente nuestros corazones adolescentes, pero sobre todo contribuyó a sembrar y regar la semilla de la conciencia social. Sus canciones hablaban de revoluciones pendientes, de familias desestructuradas, del racismo, de la pobreza y de la desigualdad en el mundo, y lo hacía con apenas 20 años, lo que imprimía más gravedad y verdad a sus letras.

Hoy en día confundimos conciencia social con ir a depositar un osito de peluche al altar improvisado donde se ha cometido un atentado mientras alguien canta Imagine junto a un teclado. Ese gesto, tan enternecedor como inofensivo, tal vez invite a dar por hecho que siempre queda un resquicio de humanidad “en este asqueroso mundo”, como repetía a diario Ramón Trecet en Diálogos 3, pero tampoco hace nada por evitar nuevos atentados, masacres étnicas, bombardeos, ni vulneraciones constantes de los derechos humanos, ni siquiera por rebelarnos, más allá de algún tuit acusador a miles de kilómetros de distancia de donde se destruyen vidas y familias a diario. Ni siquiera la ONU.

Esta semana se ha cumplido un año del ataque sorpresa de Hamas en territorio israelí que ha desencadenado un horror descomunal en Oriente Próximo. Coincidiendo con el infame aniversario se ha estrenado un documental titulado We will dance again -Bailaremos otra vez- que reconstruye la masacre perpetrada por el grupo terrorista entre los asistentes al festival de música Supernova durante seis horas interminables: el tiempo que el ejército israelí tardó en reaccionar superado por los acontecimientos.

La película está narrada en primera persona por algunos de los jóvenes supervivientes: se escondieron donde pudieron -una de ellos en una nevera de refrescos, otros apilados en el interior de un contenedor de basura, acribillado a balas igualmente; incluso en un refugio al que les lanzaban granadas que ellos mismos devolvían con sus manos al exterior hasta que no pudieron soportarlo más-; otros tuvieron que huir campo a través o a bordo de algún coche abandonado mientras las balas silbaban sobre sus cabezas o atravesaban los cristales y la carrocería.

Y sin embargo, lo que hace terrible la reconstrucción de los hechos no es su testimonio, sino las imágenes: todo está documentado con los vídeos que ellos mismos grabaron con sus móviles y con los realizados por los propios terroristas, ejecuciones en directo incluidas.

El resultado es tan espeluznante y, a ratos, insoportable como ¿necesario? Entiendo que el gobierno israelí debe estar encantado, e incluso puede haber visto en el documental una patente de corso que justifique o respalde lo que es incapaz de expresar con palabras, sólo con bombas, en busca de un estado de opinión favorable que ni siquiera se presta a brindarle en privado alguien tan ajeno a la realidad como Joe Biden, que ha dicho de Netanyahu que es “a bad fucking person” -“una jodida mala persona”-, como recoge Bob Woodward en la biografía del presidente de EEUU.

Ya no hay canciones que avergüencen a los mandamases de la guerra, sólo vídeos que retuercen nuestros corazones y abundan en nuestra impotencia como sociedad.

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