Encendí el televisor, puse el informativo del mediodía, y como siempre la misma reacción: impacto e impotencia al ver, por ejemplo, la situación tan horrenda por la que está atravesando la infancia en Siria según informes de la Organización de Naciones Unidas, la muerte de inmigrantes que intentan cruzar la frontera para acariciar una falsa alternativa o las torturas, vejaciones y abusos sexuales que sufren las mujeres ilegalmente retenidas en las cárceles de Irak. Bloqueo, por lo que nos hacen asimilar como algo “habitual” e inherente al ser humano. Observar determinadas imágenes nos puede sobrecoger profundamente… dejándonos en ese soliloquio interior, que se columpia torpemente en el binomio de la “bondad” o no, de la conducta humana. La irracionalidad de la violencia es visible allá donde vayamos, no hace falta ni desplazarnos, es tan gratuita que se mueve libremente sin cortapisas ni limitaciones… Pero es injusto ceñirse tan sólo a ella, porque existen otras fuerzas y energías mayores que la contrarrestan, que utilizan nuestro cuerpo y mente, nuestras ideas, pensamientos o sueños como herramientas, escudos y amuletos para transformar esa realidad que nos envuelve. Luis Rojas Marcos, expone en su libro ‘Las Semillas de la Violencia’: “Sospecho que la vida continuará siendo difícil, la intolerancia abundante y la violencia implacable. Con todo, el balance total de los dramas humanos será positivo. En el futuro que se desdobla entre nosotros se vislumbran más y más hombres y mujeres que persiguen la convivencia y la felicidad, mientras construyen sus vidas juntos como seres libres, iguales, seguros de sí mismos, generosos y convencidos del poder de la bondad”… Creo que ese puede ser el “grial” de nuestro tiempo, ese secreto que pide a gritos ser descubierto para desplegar la verdad de un mundo donde el deseo y la voluntad de la mayoría es el bienestar global. No podemos quedarnos en aquellas situaciones que nos alejan de las utopías que nos hacen caminar. No podemos esperar que las generaciones próximas recojan el “testigo” sin que la nuestra, no haya puesto toda su capacidad y potencialidad. No podemos, simplemente, dejarnos convencer por la negatividad, la indiferencia, la apatía o el interés exclusivamente individual… De estos alimentos se nutre la injusticia, que se ceba en los diferentes contextos de las personas, grupos y colectividades, especialmente de quienes se encuentran en una situación más desfavorecida. Tenemos que aprender, reflexionar, interiorizar, reaccionar y actuar… como expresa William C. Millar, porque: “Sin ese compromiso, permanecemos en un estado de análisis, paralizados, ahogando nuestro talento como eternos aprendices en un mundo de maestros”.
Eutopía
Ser más que aprendices
Observar determinadas imágenes nos puede sobrecoger profundamente… dejándonos en ese soliloquio interior, que se columpia torpemente en el binomio de la “bondad” o no, de la conducta humana
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