El buen olfato de un agricultor y empresario ha servido para convertir un terreno baldío en una plantación dedicada a la trufa, una apuesta por reconvertir los cultivos en la comarca de Guadix (Granada), que destina ya unas 60 hectáreas a este manjar que se vende por hasta mil euros el kilo.
Un agricultor cobra unos cinco céntimos por cada kilo de patatas y hasta mil por la misma cantidad de trufa, una diferencia que ha provocado las primeras reconversiones agrícolas en municipios de la comarca de Guadix (Granada) como Huélago, Hernán Valle, Bácor, Diezma y Alamedilla.
El primer andaluz en oler la rentabilidad de este hongo micorrizado fue Luis Ramírez Hervás, agricultor y propietario de un vivero que decidió convertir un terreno baldío de Huélago en su particular laboratorio trufero y del que ya han salido los primeros frutos.
"Recoger la primera campaña me ha dado un ánimo impresionante, aunque el primer medio kilo lo hemos disfrutado con la familia y los amigos, que ya llegarán las siguientes para venderlas", ha indicado Ramírez a Efe.
Su empeño por buscar un producto rentable en la comarca, con muchas zonas de alta montaña destinadas a tomillo, monte bajo y algunos cereales, se tradujo en unas jornadas de cultivos alternativos organizadas por la Junta de Andalucía, que este verano dedicaron su cuarta edición a difundir la rentabilidad de la trufa.
El técnico del Centro de Apoyo al Desarrollo Empresarial (CADE) de Benalúa José Antonio Ruiz, centro dependiente de la Junta que organizó las jornadas, ha explicado que estas últimas jornadas han ofrecido los resultados del análisis de la tierra de la comarca hecho por expertos en biología y micología y que demuestran que es una zona apta para este cultivo.
"La trufa se adapta muy bien a estos terrenos que ahora están en barbecho, como demuestra que ya se recojan las conocidas como 'papas de tierra', que no dejan de ser trufas silvestres", ha apuntado Ruiz.
La iniciativa pretende pasar de las papas de la tortilla a estas otras más rentables y apostar por la trufa blanca, la del desierto y la negra, cuyo precio en el mercado oscila entre los 200 y los 1.000 euros según la temporada, por sus valores nutricionales y sus posibilidades gastronómicas.
La apuesta trufera de Ramírez cuenta con la certificación de ecológica y se enmarca en un proyecto científico para alcanzar la denominación de origen de la zona, para lo que trajo desde Castril las encinas autóctonas que después inoculó para cultivar este manjar.
Parte de su primera cosecha se ha depositado en un banco de ADN que registra sus propiedades y para las próximas recolecciones tiene ya una lista de espera de clientes interesados en comprar sus trufas, desde cocineros y restauradores a comercios con clientes extranjeros "pero eso será ya el próximo año".
La apuesta de este agricultor tardó en recoger frutos, cerca de ocho años de dulce espera, "aunque ahora el método ha cambiado con turbas reforzadas que reducen el tiempo hasta la primera cosecha a unos cuatro años, algo similar al de plantar pistacho o almendros", ha destacado.
Desde aquellos primeros experimentos, subvencionados por la Junta de Andalucía, el interés de otros agricultores a los que Ramírez asesora "encantado de la vida" ha crecido y la comarca destina ya unas sesenta hectáreas a la trufa.
La trufa negra y la trufa del desierto, dos modalidades que se adaptan al terreno árido de esta zona igual que conquistan la alta cocina, cuentan además con una alta demanda comercial, especialmente de países árabes que garantizan el éxito de esta reconversión lenta pero segura para cambiar patatas por trufas.