A veces no me gusta hablar. Nada. Es una pereza prolongada y elástica parecida a la de untar la mantequilla al sándwich para merendar. Hay personas con cierta tendencia a la multiplicidad de palabras innecesarias, desde la más superflua metáfora hasta el más lúcido exabrupto, personas que quizás ignoren que lo más sano es callarse en todos los idiomas. Y no me gusta hablar a menudo porque no sé cómo dirigirme hacia ellos. Recuerdo una vez que caminaba por el Casco Antiguo de mi pueblo, no sé muy bien por qué, a veces sólo caminamos ideando un plan de huida. Estaba la zona abarrotada de extranjeros que examinaban atolondrados el empedrado de las calles, y también el cableado exterior de las casas. A menudo me gustar pensar que creen que se trata de un arte autóctono esa manera que tienen los cables de reptar por las paredes. El análisis meditado de los extranjeros fue interrumpido por una canción de Camilo Sesto que entonaba un personaje del pueblo que es, en maneras y gestos, muy parecido al cantante. Los extranjeros, intentando hacer caso omiso a la sinfonía, seguían inmiscuidos en sus observaciones profundas, pensando que quizás la canción sólo duraría unos segundos, pero ante la insistencia generosa del que entonaba los versos, se oyó un <<shut up your fucking mouth>>, a lo que el cantautor respondió, en perfecto y bien pronunciado tono ebrio: <<a mí me habla de usted>>.
Uno, que ha vivido en el extranjero, asiste entusiasmado a todas las confusiones que entre dos idiomas distintos puedan darse. Algo de eso ocurre en España con demasiada frecuencia, sobre todo si es el fútbol un ente protagonista en la discusión. La jornada pasada de Liga, Kiko Casillas, portero del Real Madrid, no pudo contestar en su idioma, el catalán, a la pregunta de un periodista. No se sabe muy bien si fue el club quien no lo permitió o si era el protocolo de la sala de prensa del Real Madrid. El caso es que se juntaron en la batidora de las fobias del español varios ingredientes que desatan tempestades en la más patria e ibérica de las personas con las que te puedas cruzar. Este tipo de español aborrece, en cierta medida, que en un país con distintas lenguas oficiales se use alguna otra que no sea el español. <<Estamos en España y aquí se habla español>>, afirma el impecable español asestando inmisericorde dos o tres faltas de ortografías a la frase. Curiosamente, este tipo de español es el que defiende, con un cuchillo entre los dientes y los ojos ensangrentados, un sistema educativo en el que no puedes ser licenciado o graduado si no tienes unos conocimientos mínimos de otros idiomas que no sean el español. Y no porque en España seamos muy generosos con otros idiomas, a la vista está, sino porque te están preparando para que cuando tu periodo universitario expire, puedas trabajar en otro país distinto a España, donde no puedas emplear este incuestionable e inquebrantable idioma que a todos los españoles nos une: el español.
Se está convirtiendo el ciudadano en un perfecto examinador de las lenguas que a nuestro país competen. Nos tomamos la licencia de corregir y establecer qué momento es el oportuno para emplear tal o cual idioma: en las salas de prensa de un equipo español, no es estético usar el catalán, porque puede romper la unidad de un país tan compacto como España. Me arrastran a la cabeza estas discusiones irremediablemente a Unamuno. Es conocida la conferencia en la Universidad de Salamanca en la que el escritor citó a Shakespeare, y lo pronunció tal y como suena en español. Un joven lo interrumpió, objetándole que no se pronunciaba Shakespeare, sino seikspir. Unamuno, que para estas cosas tenía un gran corazón, dijo a los oyentes: <<ah, pero saben ustedes inglés>>, y continuó toda la conferencia hablando en la lengua del dramaturgo citado, provocando el abandono de muchos de los presentes porque no tenían el nivel necesario.