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Miércoles 24/04/2024
 

Curioso Empedernido

Narciso ensimismado

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Si buscamos con paciencia y aplicación encontramos entre la fauna humana de este mundo cruel, que hay gente para todo. Entre ellos descubriremos algunos sujetos que les gustaría tener siempre a mano un espejo que les devolviera su imagen deslumbrante, que fuera motivo de admiración por parte de todos y todas, o bien disponer de un mando a distancia para apagar todo aquello que no contribuyera a su ensalzamiento, halago y alabanza.
Narciso Ensimismado era uno de esos especímenes que cada vez que se sentaba en un sillón, le resultaba pequeño para sus posaderas, y cuando estaba de pie le faltaba espacio para situar su esbelta figura. Experto en cultivar la superficialidad de su forma y en ensalzar su estética, olvidábase de la ética en su comportamiento con bastante frecuencia. En contraposición al cultivo de la apariencia su interior era un pozo vacío, sin una gota de agua que llevarse a la boca, fugaz en el recorrido de sus pensamientos cuando por casualidad tenía alguno, vivía sin vivir en él ni tampoco en nosotros, porque su sino era la huida permanente hacia la nada y la insustancialidad. A pesar de que ya había traspasado la frontera del medio siglo, continuaba siendo un inmaduro, en su atrevimiento de sostener lo absoluto y defender lo único, de tal manera que en su osada ignorancia no había sido capaz de aprender de la experiencia el valor de lo relativo y la diversidad de cuanto le rodeaba. Estaba tan prisionero de su vanidad de vanidades, que era habitual verlo moverse en un mar de desbarajustes, donde los valores se mezclaban y superponían con sus propios intereses y necesidades, en un ejercicio teatral del papel suficiente del necio que confunde que como decía Machado, valor y precio. Su egolatría le producía tal ceguera, que era incapaz de ver alguien más que el mismo, provocándole un caos enfermizo, entre lo que es y lo que debe ser, entre su deseo y la realidad, de tal manera que en su complejo megalománico, el siempre termina dictando las reglas, porque la ley es el mismo. Claro está, que siempre hay un tiesto para una planta, y sujetos de estas características suelen resultar cómodos mantenerlos en algunas responsabilidades, ya que constituyen la clara garantía de que quienes mandan, pueden manejar las piezas del tablero de ajedrez sin que nadie les cuestione. Y es que estos pseudo-personajes, no se dan cuenta en su borrachera narcisista que como decía Marcuse, “la libre de elección de amos, no suprime ni a los amos, ni a los esclavos”, o como manifestaba David Gregory Masón, son como los libros de una biblioteca, los más inútiles suelen ser, los que están más arriba. Las cosas pasan de castaño a oscuro cuando abrigamos la esperanza de que en algún momento pueda producirse el milagro que desgraciadamente nunca llega, ya que pendientes de su propio ombligo, no han aprendido a comprometerse con nada ni con nadie, porque no han conocido otra realidad que ellos mismos, siempre prisioneros de sus formas y encerrados en su urna de cristal. A nuestro Narciso Ensimismado le ocurrió lo mismo que al de la leyenda, sólo que en lugar de caer y morir ahogado cuando estaba contemplándose en un lago, terminó dándose de bruces contra las crueles murallas de la indiferencia de los demás, el día que dejo de ser el tonto útil de los que manejaban el cotarro. En la soledad de su propia mismidad, continúo soñando que un día era el mejor, el más bello de los seres que se miraban en cualquiera de los espejos, pero eso era ya hace tiempo, y ahora sólo era un fantasma que vagaba preguntando a todos los espejos como la madrastra de Blancanieves, pero obteniendo un duro y cruel silencio por respuesta.

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