Y a estas, Navidad. Blanca o luminosa. Un año más arrimamos el corpóreo pellejo a la fiesta más entrañable, gastosa, larga, feliz, triste o fastidiosa depende de gustos y en ella nos adentramos aparcando todo lo demás hasta después de Reyes y, como casi en todo lo demás, divididos en fervientes bandos de defensores y detractores, cada uno con sus razones.
Odiosa es la Navidad para quien la detesta y, haga lo que haga, no puede huir, no hay rincón donde no suene, menos ésta eterna que arranca en noviembre, no es mes para esta fiesta por mucho que se quiera activar el comercio porque no hay quien soporte mes y medio escuchando el
Hacia Belén va una burra, un poco de misericordia que hasta el niño Jesús terminará pidiendo tregua y que le saquen de un portal que a este paso cada año es más inclusivo y laico; igual terminan quitando a María a petición feminista por sobre exposición de la mujer y, de paso, a los propios Reyes al ser uno negro, por tanto inmigrante, y al que ponen siempre el último, clara discriminación racial. Las uvas de fin de año son lo peor, doce, nada menos, de un golpe, harto como uno está de todo lo que se ha metido y a esa hora se introduce deprisa doce globos con, a veces, piel y pepitas, como el espumoso malo, ese que se agarra a la garganta y no baja y te lo has de beber porque la visita cutre trajo la botella que le regalaron al cuñado en la cesta del trabajo, a ese detestable cuñado que llega a casa y ocupa el mejor sitio de la mesa, sin cortarse, y no coge nada de lo que trajo él pero se come todo lo que pusiste tú; el fin de año en general y, sobre todo, el pastoso mensaje del Rey, al que cada día le cuesta más imponer su real figura ante tanto chisme que le rodea, el especial fin de año que grabaron en septiembre cuando hace rato te hubieras metido en la cama saltándotelo y, de paso, al Rey y a las uvas. Para muchos, son un horror las fiestas programadas, tal día a tal hora hay que divertirse, comer a espuertas, recibir, sin plan alternativo porque si te apartas de la tradición igual la suerte, maldita suerte, se aparta de ti, esas tradiciones que la última noche del año a algunas las seduce a llevar por dentro el rojo resguardando lo más íntimo; Papa Noel es un sujeto altamente sospechoso y sería completamente prescindible en la Navidad ibérica, tanto como tantos mensajes por
whatsapp y más aquellos con un
reenviado encima o, peor, los que te relatan una historia larga, tediosa, con acento sudamericano...
La OCU señala que solo un 16 por ciento de las personas participan en alguna actividad religiosa relacionada con la Navidad, en cambio
un 62 por ciento acudirá a centros comerciales o mercados y se gastará casi un 20 por ciento más que el año anterior con una media de entre 700 y 800 euros en compras. Que la Navidad es una tradición asociada al nacimiento de un niño cada vez importa a menos gente, esta es la cruda realidad. Está nombrado como
síndrome Grinch a los que odian la Navidad, los adornos, la música, las celebraciones, las felicitaciones, los regalos, las calles a rebosar, el hecho indiscutible de que, aún queriendo, no puedes escapar de ella.
Gusta de la Navidad muchas cosas, como los pestiños bien cubiertos de miel serrana con aquella receta antigua de masa quebrada de manera que se deshacen al primer mordisco, suntuosos, las mañanas frías que obligan a abrigo y bufanda cuando el aire gélido rasga el rostro y sus tardes bajo el manto de la estufa o, aún mejor, al calor que emana de unos troncos de encina cuando el rescoldo está al punto y te pones, un año más,
Qué bello es vivir para emocionarte otra vez con Stewart y Donna Reed cantando aquello de
Búfalo no puede dormir, no puede dormir..., el aroma de un brandy viejo tras una sobremesa amigable cuando las risas saltan por casi cualquier cosa, los villancicos que suenan a media mañana por la calles y la vista se detiene en los comercios que gestionan el tráfico del gentío ansioso por encontrar el regalo perfecto, el pavo el día de Navidad con sus correspondientes patatas bien fritas al calor de tu gente, el recuerdo íntimo de aquellos que ya no están y en su hueco quedó la nada pero su risa, su imagen, su voz resuena en la memoria cual
eco eco eco, el paseo, o baño si eres de piel valiente, en año nuevo por alguna costa bravía de los mares de Cádiz para que las heladas aguas llenen de energía y vida el recién estrenado año, la llamada de quien hace demasiado no tenías noticia y te hace para ver cómo estas y felicitarte las fiestas, el paseo al atardecer por alguna calle perdida del centro al ritmo de las zambombas y esos gitanos de Jerez, hermanos, que tanto le dan a esta tierra nuestra y de cuyo agrietado cantar se alimenta la cultura, el arte, los comercios, la hostelería, el olor a castañas asadas y esos cartuchos de papel de estraza bien calentitos, los niños de San Idelfonso y su sonoro cantar numérico incluso para agnósticos acérrimos como quien suscribe sobre el asunto de la suerte por cuanto a nadie conoció jamás con tamaña, precisamente, suerte e imagina que las escenas anuales de gente festejando el haber sido agraciados son, tal vez, actores para que en ella sigamos apostando, el concierto de año nuevo, oh que gran concierto, con tanta gente elegante ante la Orquesta Filarmónica de Viena al son de tan hermosos instrumentos y bajo los acordes que hace mucho anotaron en musicales cuadrículas Straus, Bach o Chopin y, cómo no, las rítmicas palmas finales… La mañana de Reyes Magos y su secuencia anual de paquetes de colores, caras felices, desfile de moda para averiguar si la talla elegida fue la correcta, llamadas de la abuela para ver qué trajeron, el trozo de roscón relleno de crema con fruta escarchada y hacer la trampa para que el pequeño rey mago oculto siempre le caiga al que reparte y la habita a otro, la alegría, en definitiva, de celebrar una fiesta entrañable al calor de la gente amada, que son la suma de familia y amigos.
Que la salud y las ganas de ser felices no falten, cada cual a su manera, cada uno con sus gustos. Y todos con respeto, gran palabra. Feliz Navidad.