no todos los políticos son iguales. Sin embargo, se respira en la sociedad española cierto ambiente de desprestigio metiendo a todos en el mismo saco; aunque existan personas excelentes, dedicadas a la función política, entregadas de lleno al servicio de los ciudadanos.
Tal vez el factor más importante del desencanto lo constituya la sensación de que muchos políticos se entretienen en disputas inútiles, sin abordar los verdaderos problemas de la sociedad, como son el paro, la vivienda y todos aquellos asuntos que son vitales. Parece que a bastantes políticos lo que les preocupa es mantenerse en el poder o conseguirlo, sea como sea.
Motivos más que suficientes se han dado para que hablar de políticos suene a corrupción. Se ha extendido la cultura del “pelotazo” fruto del egoísmo y el deseo de conseguir dinero fácil. Por desgracia, en vez de rechazo a la corrupción, a veces suscita envidia porque quienes tenían dificultad para llegar a final de mes, al meterse en política han llegado a disfrutar de sueldos y prebendas que nunca hubieran alcanzado de otra manera.
Entre el deseo del poder y la búsqueda de dinero fácil hemos entrado en una dinámica de luchas dentro de los mismos partidos que alejan su acción de lo que realmente les atribuye la Constitución Española en su artículo sexto. La verdad de la justificación del poder político está en buscar, en primer lugar, la justicia, librar al pobre de su pobreza, atender a las necesidades sociales y servir con dedicación para que la sociedad sea más justa, solidaria y humana.
La salida de la crisis seguirá estancada mientras se centren las medidas en la desestabilización del Estado de Bienestar. La palabra crisis está sirviendo, en la mayoría de los casos, para reducir puestos de trabajo en las empresas y aumentar la inseguridad laboral y la precariedad del empleo. Todas las reformas laborales que se han hecho en España han disminuido los derechos de los trabajadores y afecta negativamente a los más débiles.
Todo lo anterior nos lleva a pensar que nos estamos desenvolviendo bajo un sistema económico cuya rentabilidad se consigue mediante la injusticia de favorecer a los más poderosos a costa del sufrimiento de los más débiles. Se da, por tanto, el crecimiento de fortunas de unos pocos y el crecimiento de mayor número de pobres y desilusionados.
Las situaciones injustas son mechas propicias para encenderse y manifestarse en el malestar ciudadano y, al mismo tiempo, en la desconfianza de los políticos que, por el pánico a perder el poder, se afanan en dar leyes recortando libertades.
Toda esta situación que genera inestabilidad tiene nombre y rostro, aunque pueda ser peligroso decir que son los bancos y los mercados. La economía con sus bancos y los mercados son los que ponen y quitan gobiernos.
Las políticas a seguir por los gobernantes las dictan los poderes fácticos en nombre precisamente de lo que ellos denominan libertad, que es la única que ellos imponen. Con ello, lo que todavía llamamos los ciudadanos “democracia política” va perdiendo sentido al ser dominada por la dictadura económica. Las palabras “mercados” y “bancos” han dejado de ser entes abstractos y son personas con rostros concretos aunque escondidos bajo esas palabras.
A pesar de las grandes dificultades, cada vez hay más personas que van tomando conciencia y luchan en todas las facetas de nuestra sociedad para poner los cimientos de una realidad distinta en la que sea la persona humana el centro sobre el que giren los esfuerzos para que los recursos y riquezas sean compartidos bajo el prisma de la justicia.
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