En pocos días, nuestro censo aumentará con un visitante que no falta a su cita y morará en su privilegiado balcón hasta finales de septiembre. Desde allí nos lanzará sus potentes rayos. El verano llega para quedarse y desde ahora nuestro vocabulario constará de unas cuantas palabras relativas a esa estación. Por ello, me apetecía hacer un abecedario que está formado, sobre todo, por recuerdos procedentes de esa niñez tan maravillosa que algunos tuvimos la suerte de vivir.
Agua remontá: La frontera entre la prudencia y la osadía. Cuando el agua te llegaba a la altura del pecho, había que decidir entre volverse o seguir. Por lo que a mí respecta, el agua siempre me dio mucho respeto,
Barrunto: Cuando en las costas que se ven desde la playa se podían vislumbrar algunas casas, había que prepararse. El levante estaba llegando, venía cabreado y deberíamos tener cuidado.
Chorrear: Se espera a la ola para intentar fundirse con ella hasta que nos llevase a la orilla. Una particular y divertida manera de surfear, bastante recomendable.
Digestión: Dos horas. Ni un minuto más ni uno menos. Y era casi imposible escapar a la vigilancia de nuestras madres.
Esparte: Aquellas aletas oscuras cerca de la orilla impresionaban un poco, la verdad. Pero solo se trataba de unos peces (grandes, eso sí) que buscaban alimentarse de atunes.
Feria: La única que existía. Un evento muy esperado. Tanto, que cuando comenzaban a montarse los primeros “cacharritos” se nos cambiaba la cara.
Guerrillas: De arena, de agua o entre barrios. Los estudios quedaban aparcados y la prioridad para todos los niños era jugar.
Hogaílla: Siempre me parecieron unas bromas de mal gusto. Pero eran inevitables y había que sufrirlas cada verano.
Insectos: Las hormigas y avispas se multiplicaban. Pero predominaba el color negro de grillos y cucarachas. Uf, que asco.
Juegos: Después de cenar, se aprovechaba cada minuto sabiendo que había carta blanca hasta bien entrada la noche.
Kioscos: La mayor parte de la escasa economía se destinaba a la compra de polos, helados y cortes. Y bien ricos que estaban.
Levante: Sobre todo a mediados de julio, su visita era inevitable. Siempre con la incertidumbre de saber si vendría para un par de días o toda la semana. A veces, se quedaba una quincena.
Madrugadas: El sueño dejaba de importarnos y nos encantaba sentarnos al fresco con los mayores para escuchar sus batallitas.
Nubes: Apenas aparecían. Pero hemos llegado a vivir la experiencia de recibir a la lluvia bañándonos en la playa. Agua por todas partes, una sensación diferente y bonita.
Senal de la Cruz: Aplicable en los primeros baños, hasta la llegada del día de nuestra Patrona. Toda precaución era poca.
Orillita: Zona de recreo donde se desarrollaban varias actividades, tales como pasear, hacer castillos de arena o, para mucha gente, buscar y capturar almejas pequeñas.
Piedras del castillo: Límite imaginario donde acababa la playa grande y comenzaba la chica, como algunos denominaban a la zona comprendida entre el faro y el espigón del puerto.
Quemaduras: Pillar ese moreno veraniego exigía algunos sacrificios, como ponernos colorados como gambas y soportar luego el dolor cuando nos rozaban o el picor al mudar la piel. ¿Las cremas? Eso fue ya un invento más moderno.
Río: otro lugar para valientes. Cruzar la barra a nado era un deporte de riesgo. Y no poca gente ignoraba ese peligro.
Sardinada: El pueblo multiplicaba sus habitantes y la playa se convertía en un hormiguero humano por un plato de sardinas.
Toalla: Era algo innecesario. Después del baño nos tumbábamos en la arena hasta el próximo chapuzón. Y tan felices.
Únicos: Aquellos veranos eran especiales. Y nos dimos cuenta cuando ya crecimos y tuvimos que pagar para disfrutar solo de unos cuantos días. No de tres meses como antaño.
Virgen del Carmen: Uno de los días grandes del verano, sobre todo por dos razones. Una porque ya (virtualmente) se bendecían las aguas. Otra, porque esa noche se coronaba nuestra feria con los fuegos artificiales.
Yerbabuena: Salvaje a la vez que tranquila, era la playa ideal para mucha gente. Pero a nosotros nos pillaba un poco lejos.
Zapal: Una especie de desierto que había que atravesar para alcanzar el oasis de la playa. En ese descampado, los rayos de sol parecían ser el doble de fuertes.