La semana pasada, cuando anuncié el lanzamiento de la antología de artículos de opinión que publico en esta columna, recibí un mensaje alabando mi “talento y valentía”. Lo del talento prefiero que lo juzguen los lectores, que todo lo demás sería echar pienso de engorde al ego y no estamos para esas cosas. La valentía, algo que siempre he querido llevar a gala hasta casi meterme en algún lío, quiero llevarla por bandera. Así que, hablando sobre el lenguaje, hoy me toca meterme un poco con la RAE.
La Real Academia Española parece que, en ocasiones, gusta de crear polémicas vacías enmendando planas que ya estaban más que definidas. Por ejemplo, eliminando la tilde de solo cuando actúa como sinónimo de solamente. Bajo mi punto de vista, esa tilde que nos sirve para distinguir significados es más que necesaria. Si digo que he tomado un café solo, la recomendación de la RAE de no usar tilde no les permitiría a ustedes saber si he tomado un café sin leche, sin compañía (en ambos casos solo va sin tilde) o si solamente he tomado un café. La respuesta académica de usar un giro u otra palabra para afinar lo que se quiere decir es contraproducente: si doy un giro, uso más palabras y atento contra el principio de economía del lenguaje (decir lo mismo o más con menos palabras); si utilizo otro vocablo, estoy despojando a solo de una de sus acepciones semánticas. Un despropósito.
Otra discrepancia que, como andaluz, me fastidia enormemente es la de malaje. La he escrito mal aunque haya seguido la norma académica, dado que por su origen (mal ángel) esta palabra para referirnos a algún sieso debería escribirse malage. El único motivo para escribirla con j es la regla que dice que las palabras terminadas en -aje no se escriben con g, cayendo en ignorar la etimología de esta palabra sólo por no admitir una excepción a la regla. Un despropósito que, además, resulta ser desde mi punto de vista un desprecio a nuestro adorado dialecto andaluz.
Sospecho que la Academia no se mueve sólo (sí, con tilde) por cuestiones lingüísticas, sino también ideológicas. Cuando se empleó a usar el lenguaje inclusivo, la RAE se mostró contraria a esa forma de usar el lengüaje. Sin embargo, desde un punto de vista filológico, tiene sentido y encaje: además de designar una realidad como la actual, donde hay reconocidas varias identidades de género que no se limitan a la dualidad masculino-femenino, resulta que procede de una de las lenguas indoeuropeas que más tarde dio lugar al latín, padre a la sazón de las lenguas que hablamos actualmente en parte de Europa. La terminación en -e se correspondía con seres animados (vivos), ya que estas lenguas no distinguían por géneros. ¿Qué otra solución nos permitiría prescindir del masculino genérico y reflejar en el idioma una realidad palmaria como la actual?
Sí es cierto que en este último caso la Academia ha sabido ponerse de perfil. No ha prohibido su uso (de hecho no podría) sino que no lo normativiza y tampoco lo recoge. Hay que matizar que recogerlo no es admitirlo como correcto: si bien hay palabras como almóndiga que se recogen en el diccionario, se hace como vulgarismo (es decir, palabra usada por los hablantes pero que es incorrecta). Y ahí está la trampa: la noticia es que no se recoge pero porque aún su uso no está lo bastante extendido, no porque sea incorrecto. En fin, que les pido disculpas por ponerme tan pedante hoy y me despido para tomar un café solo. Sólo un café solo mientras llega mi amigo para no tomarlo solo. Guiño, guiño...