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Gripe cochina

Llevábamos una vida de cerdos ?me pregunto qué pensaría Orwell? y nos llegó nuestro San Martín...

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Llevábamos una vida de cerdos –me pregunto qué pensaría Orwell– y nos llegó nuestro San Martín. Por volar más alto de la cuenta nos pilló el H5N1, la gripe aviar, y por cebar nuestro ego más allá de lo indicado para nuestra capacidad de digerir nos cogió ahora el H1N1, vamos, la porcina.

Diríase, por el nombre de los susodichos, que dos alienígenas venidos de la gran puñeta, si no fuera porque, al parecer, son las cepas de dos virus que han mutado. Claro que lo mismo nos la están dando desde el Pentágono y sus alrededores, por un error de cálculo, o desde el Kremlin, Teherán, Pekín o Pyongyang, por perros que son, con premeditación y alevosía, y nos encontramos ante un enigma digno de la enciclopedia de lo inexplicado y merecedor, por tanto, de la atención de la escuela de Jiménez del Oso y sus epígonos.

A mí como que me recuerda a alguna que otra peli de extraterrestres y similares de los 70 de las que me fascinaban, una como aquéllas, de serie B, que Corman, Wood y otros locos del cine americano pusieron en boga una década antes, para gloria del séptimo arte, y luego se imitaron.

A la crisis profunda, que nadie podía prever, pero sí barruntar, como han barruntado todas las civilizaciones su propia decadencia, y hasta el fin de sus días, se suma ahora la amenaza de esta pandemia, no más grave y mortífera que otras que han azotado el tercer mundo y continúan azotándolo, salvo en un detalle, que es de las que se extiende con igual o más facilidad entre los ricos que entre los pobres.

Si no se hubieran dado casos en el primer mundo y sus proximidades, seguro que estaríamos hablando de otra cosa y la noticia de esta gripe no se propagaría tanto o más que la enfermedad por los cinco continentes. ¿Quién se acuerda ya del cólera, la malaria, el ébola, la fiebre amarilla y todas esas epidemias que causan estragos en la población de países subdesarrollados de África, Asia y América Latina?

No, no estamos ante el Apocalipsis, para tranquilidad de la mayoría y decepción de unos cuantos, que se correrían de gusto, hasta el paroxismo, si así fuera.

Nos queda todavía cuerda para rato, por lo menos hasta el 2050, aunque las pensiones se nos fastidien en el 25.
No tengo fe ciega en la bondad humana, he dejado de ser ingenuo, pero sí la tengo en la capacidad para sobrevivir y para ingeniárselas de la especie gracias a su altruismo interesado.
A las pruebas no hay más que remitirse, es decir, a lo sucedido en los últimos dos millones y medio de años.

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