Se puede ser conservador y empezar a leer la selección de cuentos por el primero, “La bolsa”, o comenzar al azar y comprobar la extraordinaria destreza con la que se construyen las tramas en relatos como “Sarrasine” o “El verdugo”. La variedad de tonos y registros sorprende. En “La señora Firmiani”, dandis y duquesas discuten la decadencia de las costumbres aristocráticas. Un par de cuentos más tarde, en “Una pasión en el desierto”, un soldado perdido en el Sahara se topa con un oasis. Con el tiempo, descubre que está habitado por una pantera.
La edición y traducción de Mauro Armiño de los Cuentos completos de La Comedia Humana (Páginas de espuma, 2014) logra compilar una muestra de los mejores relatos de Honoré de Balzac (Tours, 1799 - París, 1850). En la mayoría de ellos, un narrador introduce un personaje cuya historia eclipsa, gradualmente, al propio narrador: la página se desvanece, y el lector se convierte, en el mejor sentido de la palabra, en oyente.
Veamos uno de los más famosos, el relato “La obra maestra desconocida”, la historia de un pintor que, dependiendo de la perspectiva de cada uno, es un fracaso absoluto o un genio trascendental. En cualquier caso, se trata de la crónica grotesca y trágica de un artista destrozado por sus sueños.
El pintor ficticio Frenhofer pasa diez años de su vida tratando de crear la imagen perfecta de una mujer, pero termina pintando lo que, en el relato (que mezcla la ficción con la realidad del siglo XVII), el joven Nicolas Poussin describe como “colores amasados de forma confusa y contenidos en una multitud de líneas absurdas que forman una muralla de pintura” (p. 568). Testimonio elocuente del poder perdurable del arte, Balzac jamás pudo imaginar la relevancia que su cuento tendría como anticipación ejemplar de la aventura de la pintura moderna.
El personaje de Frenhofer supone la materialización de un fracaso (“No tengo ni talento, ni capacidad, no soy más que un rico que, cuando anda, no hace otra cosa que andar” p. 570). Epítome de una pasión sin fruto en medio de una sociedad de buenos modales intelectuales y sociales, su trabajo incansable sobre el lienzo precipita su muerte y la destrucción de su obra. El corazón se acelera a medida que leemos la historia como si no fuera una ficción, como si en realidad no hubiera sucedido siglo y medio atrás.
Frenhofer es, sin duda, trasunto de Balzac, que fue menos un amanuense (recordemos sus manías de escritor: el hábito de monje, el régimen nocturno y las interminables tazas de café) que un mártir, para quien el trabajo a mano supuso la muerte, no por culpa de su daemon, sino por agotamiento debido al exceso: rehuía la vida nocturna, trabajaba de manera obsesiva y estaba obsesionado por el detalle. Fue, sin duda, víctima de sus contradicciones: sensualista moralizante, creía en la monarquía, pero retrató la clase obrera tan bien que se convirtió en el escritor favorito de Marx.
En nuestra era de series y atracones televisivos, es sorprendente que no haya habido un resurgimiento de los cuentos de Balzac. En ellos se despliega una serie que nunca termina. Asistimos a los cambios que tienen lugar en el campo de batalla más importante: el de las relaciones sociales, donde pugnan el amor y la venganza, el colapso de las viejas formas y la pulsión constante de abreviar el placer por el bien de la eficiencia. El mapa de la sociedad francesa de la época que muestran, los personajes y frases que saltan de la página como si hubieran sido escritos ayer, hacen que leer al autor francés siga siendo entretenido.