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Cartas a Nacho

Barcelona

Nadie, nada me impedirá que quiera a Barcelona. Ni los unos con absurdas prohibiciones de mostrar banderas, ni los otros levantando muros...

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Nadie, nada me impedirá que quiera a Barcelona. Ni los unos con absurdas prohibiciones de mostrar banderas, ni los otros levantando muros para un lugar que es grande gracias a que siempre los ha derribado.

Barcelona es nuestra Nueva York. Es un  “imaginarium” que no nos representa pero que es muy nuestra. Todos sabemos que Nueva York no es Estados Unidos, pero es el símbolo de ellos, lo es porque se sienten orgullosos de ella. Algo así nos pasa a nosotros con Barcelona.

La más europea de las ciudades europeas. Más que Londres, más que Paris, más que Berlín, tanto como Roma. Barcelona es Europa porque Serrat quiere que la “parca” le encuentre tomando el sol en las arenas de sus playas mediterráneas. Porque a Pepe Carvalho no se le va una en sus investigaciones criminales y macarras. ¡Cuánto te añoramos querido Manuel Vázquez Montalbán!

Barcelona es más que Barcelona, más que Cataluña y más que España porque sus noches no son hermosas. Ya lo dijo, lo escribió Terenci Moix. Sin embargo son únicas, irrepetibles. Las más divertidas, las más mediterráneas. Tengo una conversación pendiente sobre ello con mi amigo Cristóbal Cervantes y Pilar Eyre. La vida y hasta la muerte debieron ser otra cosa en la “terraza Martini”.

Esta ciudad de los prodigios que es Barcelona, es también donde habita la “modelo extraviada” y es visitada por “Gurb”. Aquí sólo se pueden resolver grandes enigmas políticos como el del caso “Savolta”. Grande el maestro Mendoza. Don Eduardo, este Palahniuk español que es uno de los grandes guías de Barcelona.

Y ahora me dicen que Barcelona es la capital de una no sé qué Republica. Y ahora me predican que Barcelona es una no sé qué representante más de una idea centralista y unificadora.

Sólo en Barcelona, en los soportales de “El Liceo” en una mañana lluviosa y bronca, puedes encontrar el “seny” en un joven que, aunque mendigue, no ha perdido su dignidad. O a un taxista que te lleva al aeropuerto y al que  le pides que dé una vuelta más porque vas escuchando con él una versión magnífica del “Requiem” de Mozart.

No podemos atar a Barcelona, no debemos permitirlo. Orwell la describió como revolucionaria en su maravilloso “Homenaje a Cataluña” e Idelfonso Cerdá la urbanizó geométricamente para que fuese más humana con el “Eixample”.

Barcelona no es un lugar. No es un espacio. Es una aspiración. Un respiro en nuestra rutina casposa. Un paréntesis que de vez en cuando nos tomamos para seguir comprobando que estamos vivos. Para darnos fuerza en nuestro tedio. Que nadie nos confunda con Barcelona.

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