Mañana martes se conmemora el día de la Constitución española. La del 78. Porque hemos tenido varias, hasta ocho desde la de 1812 hasta la presente. Esto nos indica dos cosas. La primera es que las constituciones no son objetos inamovibles y sagrados, sino que tienen su sentido y razón de ser en tanto en cuanto sirven al pueblo al que están destinadas a regir, curiosa paradoja. La segunda, y de base, es que la Constitución, como puede verse, no es la base de la unidad de España, sino que aquella se fundamenta sobre esta última. Es decir, España podrá tener o no sus constituciones, sus fueros, sus estatutos reales, sus leyes y hasta ordenanzas municipales, pero lo que está claro es que España, como sujeto político, ha sido, es y será.
Partiendo de esta base, son cada vez más las voces que abogan por una reforma constitucional, “poner al día” la carta magna que la llaman muy rimbombantemente. Pero claro está, tenemos dos inconvenientes. El primero es saber qué se quiere cambiar, y el segundo, saber también si hay el suficiente consenso para llevarlo a término. Respecto del primer problema, “los tiros” van en dirección de reconocer una supuesta “plurinacionalidad” del Estado español, que la historia, la razón, y yo mismo, negamos radicalmente (disculpen la inmodestia). Otro necio intento más de gacha calentorra y canela en polvo para satisfacer las inagotables ansias del independentismo de boina o barretina según el día que nos coja. Ahora, derivado de lo anterior, el segundo obstáculo, el consenso, pero digo yo, ¿qué reforma de la Constitución de la nación española se puede consensuar con quien niega la nación misma? Ninguna. Oiga, yo no me pongo de acuerdo en arreglar los elementos comunes de mi edificio con quien quiere pegarle un tajo a la escalera derecha y separarse del resto del bloque. Y en esas estamos, que no sabemos si tirar para adelante o quedarnos quietos. Pero tal cual está la cosa, mejor quietecicos todos al abrigo de la falda camilla, brasero a doble resistencia y un plato de rosetas en lo alto de la mesa, que así no hay problemas, porque al final se terminará debatiendo si seguir llamándola “Constitución” o si es más moderno llamarla “constituciona” por eso de la paridad, las leyes y las “leyas”, y de postre, la particularísima identidad nacional del municipio gerundense de Castellfollit de la Roca. Así que si no hay más unidad, más igualdad, menos catetos y más separación de poderes, como dijo aquél, quieto todo el mundo.