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El Jueves

Comercio justo

Resulta que los incidentes de hace unos días que se vivieron en el barrio de Lavapiés de Madrid son como son y no tienen vuelta de hoja...

Publicado: 21/03/2018 ·
23:47
· Actualizado: 21/03/2018 · 23:47
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Autor

Miguel Andréu

Miguel Andréu es comunicador y escritor. Actualmente, director de Andréu Comunicación

El Jueves

Este blog aborda temas generales de actualidad, preferentemente de interés local en Sevilla

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Resulta que los incidentes de hace unos días que se vivieron en el barrio de Lavapiés de Madrid son como son y no tienen vuelta de hoja. Resulta que la Policía represora del estado español persiguió hasta que alcanzara la muerte a un noble senegalés dedicado al justo comercio de la manta. Resulta que aunque exista un vídeo en el cual dos agentes municipales, en evidente dejación de sus funciones, intentan reanimar con un masaje cardíaco al pobre inmigrante, esa versión no se cuenta. Resulta que numerosos comercios de los que pagan impuestos han tenido que acometer importantes reformas porque algo ha hecho que sus escaparates y mobiliario queden destrozados. Y resulta también que un importante número de vehículos de ciudadanos han amanecido con destrozos y cristales rotos.

Bueno, pues resulta que todo esto lo que hace es perseguir un bien común, no sólo para Lavapiés sino para toda España. Y ese bien común no es otro que la legalización de lo ilegal: el comercio de los manteros.

Si usted que me lee ahora mismo es propietario de un establecimiento comercial que paga sus impuestos rigurosamente y que se preocupa que la mercadería que vende, sea cual sea, provenga de un proveedor en regla, está usted haciéndolo mal, muy mal. Aquí se trata de comprar, para vender, mercancía falsificada que facilitan las mafias internacionales y venderla sobre la acera de una calle cualquiera. Ese es el filón que debemos explotar en este país para que todo nos vaya mejor y todo sea más justo. Si los fabricantes comienzan a tener pérdidas y a mandar a sus trabajadores al paro será sólo un mal menor.

Este es el panorama que, de nuevo, dibujan los ilustres pensadores de Podemos (y todas esas siglas que les acompañan). A veces pienso que viven de espalda a la realidad a conciencia, pero no intuyo cuál es el fin de tanta majadería.

Los datos que hemos conocido en estos días sobre este pseudo comercio basado fundamentalmente en artículos falsificados son asombrosamente terribles. El bolso de Gucci o el polo de Lacoste que vemos sobre una manta en el suelo de cualquiera de nuestras calles responden a una trama mafiosa organizada mundialmente, cuyos beneficios miedo me da pensar dónde pueden ir a parar. Y sobre todo, qué efectos nocivos puede tener para nuestra salud los productos con los que han sido fabricados.

El final de la cuerda es el pobre inmigrante que comete el delito de venderlos para poder comer. Y que además es utilizado por estos políticos de nuevo cuño para poner en marcha sus fechorías parlamentarias. 

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