Manolo Díaz ha regresado al Ayuntamiento. Nada raro, de no ser el mismo Manolo Díaz que se tuvo que ir hace pocos años del Ayuntamiento después de verse salpicado por el Caso Piscinas, cuando usó durante más de un año el todoterreno del empresario al que adjudicó la concesión de la piscina de Puerto de la Torre sin que estuviera a su nombre, y además solicitó una licencia de obra para reformar su casa por un valor inferior al coste real de los trabajos y que parece que ejecutó una cuadrilla de polacos de la empresa… En fin, no está mal, para un concejal de Urbanismo.
Así que la pregunta es: ¿era necesario este regreso? Resulta difícil de tragar. Al alcalde de Málaga siempre le ha gustado demostrar que actúa como un Deus ex machina. Pomares era imprescindible, pero ahora está en la reserva activa. Porras siempre está asombrosamente, pero a Marmolejo lo dejó caer. Y a este Manolo Díaz lo mantuvo durante meses pero lo tumbó cuando ya había superado la crisis. En definitiva, no parece que manden los hechos o la ética en las destituciones, sino eso que solía llamarse ‘los caprichos del emperador’: según decida éste subir o bajar el pulgar.
Pero la pregunta sigue siendo estando ahí: ¿era necesario este regreso? Manolo Díaz vuelve como gerente de la Sociedad de Aparcamientos, ya que el anterior gerente se va a Urbanismo, de donde salió Manolo Díaz precisamente… Parece, pues, que se cierra el círculo del cambalache de un modo muy apañadito. Y esa suerte de desdén moral del alcalde para llevar y traer fichajes encajan en el pecado de la prepotencia, que es una variante de la soberbia, del latín superbia, cuya raíz es súper, ser o sentirse súper. La prepotencia es la exhibición de una posición de fuerza sin temor a la arbitrariedad; y por eso Maquiavelo situaba la soberbia en el centro del poder.
La pregunta, sin embargo, sigue ahí: ¿Era necesario este regreso? ¿Era necesario el regreso de alguien que salió del ayuntamiento por la puerta de atrás? ¿No se podía encontrar a otra persona ahora que se han subido los sueldos? ¿O sencillamente no se quería encontrar a otra persona sino demostrar quién quita y pone a su albur? Son preguntas sin respuesta lógica más allá del pecado capital de la soberbia.