El fenómeno planetario del calentamiento acontece y se extiende en su expresión en todos los aconteceres del ser humano como complemento, vamos, que los sufrimos en las propias carnes, en el día a día, en el roce y en la convivencia, costumbres, habla y aparición en todos los idiomas de nuevos vocablos que no tienen registros y solo sirven para desacuerdos humanos, contradictorios y negativos por imperativos. No es fantasía imaginativa ni nada parecido que nos podamos imaginar, sí y mucho puede achacarse a una actitud cíclica, o vaya usted a saber, generativa, en la que el ser humano se hace receptor en lo evolutivo generacional de lo que ha ido sembrando, o mejor entendible, destruyendo.
Calentamientos en la atmósfera, en las familias, por la sucesión de hechos punibles y atroces que suceden cada día en todo el mundo, en la sociedad y en el país menos esperado. Calentamientos en el globo terráqueo, en la eclosión de fenómenos naturales, tsunamis, tornados, volcanes en erupción, terremotos, una inestabilidad planetaria que, con un “elleo”, castellano perfecto, un físico de Ucrania, en un congreso sobre el Medio Ambiente celebrado en el Palacio de Doñana, nos aseguró hace veinte años que detrás del tan traído y llevado medio ambiente vendría la desertización.
Calentamientos en los frentes glaciales, con la aparición de barcos corta hielos y con la navegabilidad emergente de una octava parte de los iceberg que se desprenden en un atroz homicidio de oxígeno para mezclarse en las aguas más cálidas de los océanos, ensanchando sus panzas y achicando en lo físico el concepto real extensivo de la tierra.
Calentamientos en los bosques, incendios, sea cual fuere la estación del año, con el agravante de que cada vez son más repetitivos y más complejos de erradicar. Cúmulo de calentamientos que no conducen a ninguna parte a un mundo engañosamente globalizado, más próximo en su desconcierto terrenal y humano a las injusticias, hambre, miserias, etc., cargado de una soledad sin nombre en el esquema de esa ausencia de libertad humana que ahora se pretende hallar en esa otra libertad cósmica, empezando por el planeta Marte, a modo de huida, no sabemos para qué.
Si Miguel de Cervantes levantara la cabeza, ¿cuantos volúmenes escribiría ahora por inhumanas y soberbias contradicciones? Perdió un brazo en Lepanto, pero uno está por asegurar que en nuestro tiempo perdería la cabeza con la acumulación de asesinatos, sin vientos ni molinos, ríos de sangre, inocente fruto de las guerras inventadas, hambruna que pinta de rojo intenso nuestro paso actual por el planeta.