El nuevo hospital, ya saben, no entusiasma ni a De la Torre ni a Salado, alcalde y presidente de la Diputación. Creen, ellos también, que no es el lugar adecuado. ¿Recuerdan ustedes qué ocurría cuando al alcalde no le gustaba algo que venía dictado por la Junta desde Sevilla? Sí, guerra de guerrillas. Como con el Metro o con la Trinidad, con Baños del Carmen o el Museo Arqueológico, De la Torre iba al choque, porque es además un fajador implacable. Por frustrar los planes de la Junta, para bien o para mal, se le ha llegado a ver no ya agitando a los vecinos sino cortando el cetro para pedir firmas. A veces el obstrucionismo institucional ha frisado el juego sucio.
De todo aquello que hacía De la Torre y también el entonces presidente de la Diputación, Elías Bendodo, ¿qué queda ahora? Pues a decir verdad, nada o casi nada. De la Torre solo tiene elogios para Sevilla. Y Salado dice que no le gusta pero ya está. Lo demás es sumisión al dictat supremo de los capos de Sevilla.
Claro que ahora es cuando se entiende todo: Sevilla no era Sevilla sino el PSOE que gobernaba en Sevilla. Como ahora en Sevilla está su partido, el PP, pues ahora Sevilla bien, gracias. Ahí está De la Torre, brindado por Sevilla aunque no entre en presupuestos el auditorio o el Guadalmedina, algo que en otro tiempo le hubiera arrancado un titular incendiario. Ahora toda aquella beligerancia se ha transformado en sumisión. Y para lo demás siempre queda, claro, el Gobierno socialista en Madrid al que reclamarle ese peaje que nunca reclamaste a Rajoy.
No sé a ustedes pero me parece que todo esto contribuye a rebajar la credibilidad y el prestigio de la política, que toca fondo en el CIS. Da igual que lo haga el PP, o el PSOE o el sursum corda. El partidismo es uno de nuestros pecados políticos capitales. No actuar por convicciones sino por siglas; no por interés público, sino por siglas; no por progresar, sino por tus siglas. A Unamuno, cuando le preguntaban por su partido, respondía “yo partido no, yo entero”. Algunos, en cambio, pasan de tener entero su decoro, y prefieren todo partido.