Todo el año es carnaval, escribió Larra en su artículo ‘Todo es máscaras’, un texto obligado en todas las antologías. El padre Larra, patrono de los columnistas, en su momento de mayor éxito como ‘El pobrecito Hablador’, ya intuía que la realidad española tendía ser esperpéntica. De hecho, tiempo después, Valle Inclán creó el género del esperpento. Hay lugares con inclinación a la caricatura, y Málaga, me temo, debería figurar en cualquier ranking. A fuerza de costumbre, nos hemos familiarizado con las excrecencias carnavalescas de la realidad, y es fácil evocarlas en forma de chirigotas: Las Plañideras de Porras, Los Camareros de Pendón, Los Zombis de Elías, Los Pucheros de Celia… claro que, en este capítulo, Las Gemas de Paco resultan casi insuperables.
El Museo de las Gemas, anunciado a bombo y platillo en víspera de sus segundas elecciones, acabó por ser el Museo Más Breve de la Historia. Un título merecido ya que abrió una mañana sin nada en su interior y a las dos horas había cerrado. ¿No es sencillamente colosal? Cosas así son las hacían pensar a García Márquez que la realidad puede ser más fascinante que la ficción. No hay guionista que te iguale esto, ni letrista de Carnaval. Pero la cosa aún podía mejorar, porque aquel museo vacío de 32 millones de euros se convirtió en el chalecito del propietario de las gemas por el que se paseaba en pijama y zapatillas. Esto ya ni la imaginación más loca de Hollywood. Al Ayuntamiento, que ya pagó 5,6 millones por tener los derechos de poder a exhibir unas gemas que nunca se llegaron a exhibir, ahora una sentencia lo condena a pagar 1,8 millones de euros más por el Museo Inexistente de las Gemas.
En fin, quince años después de que nos anunciaran con la fanfarria característica de una campaña electoral, con todo el tachintachán, que Málaga tendría la mejor colección mundial de gemas… quince años y quince millones después, la nada sigue haciendo caja en el bolsillo de los malagueños. En definitiva aquí el Carnaval, que celebra cuarenta años de su recuperación después del franquismo, compite con una realidad demasiado carnavalesca . Aquí, como advertía Larra, casi doscientos años atrás, sencillamente “todo el año es Carnaval”.