La puesta en escena de un nuevo clásico, del primer duelo grande del curso, advierte la pugna, también, de dos estilos, de dos formas de contemplar el juego, el espíritu y la estrategia, implantada por técnicos engrandecidos por su reputación: Josep Guardiola y el chileno Manuel Pellegrini.

En apenas un año ha dado la sensación de que el preparador de Santpedor ha dotado de aires nuevos al fútbol. Respaldado por un currículo de excepción iluminado en un sólo curso, cortó de raíz las penurias que acumulaba la entidad azulgrana, a rebufo del Madrid.

Alumno aventajado del holandés Johan Cruyff en la etapa del ‘dream team’, Guardiola ha trasladado a la pizarra el talento que evidenció como jugador.

Nadie es capaz de hacer sombra a su equipo, sostenido por un notable manejo del balón, la permanente rapidez en su movimiento y el compromiso de una plantilla identificada con los principios de su técnico.

Los jugadores presionan los noventa minutos. Desde el primer minuto al noventa. Una maquinaria perfecta plagada de arte y talento. Que apenas deja pensar, respirar a sus rivales. Convencida de la conquista de cada empresa. De lograr un gol tras otro.

Así, el Real Madrid contempló al chileno Manuel Pellegrini como el antídoto al entrenador azulgrana. Como su Guardiola particular.

Otro amante del fútbol. Un hombre serio. Un estudioso. Metódico. Que llevó al Villarreal a lo más alto de su historia. Con su propio estilo. Con buen juego.

“Mi desafío es lograr la excelencia”, dijo el chileno cuando fue presentado como responsable del Real Madrid.

En el Villarreal presumió de ser uno de los equipos que mejor fútbol ejecutó. Vertical, comprometido en la presión. Sólido y compacto como bloque.

Sin experiencia en grandes proyectos, fueron estos sus principios. Trazos que todavía no ha logrado definir en el Real Madrid, donde aún se le espera.