Ya saben ustedes lo que ha pasado en Orlando, Estados Unidos: un hombre ha entrado en un bar y ha matado a cincuenta personas. Recalco lo de personas, porque la prensa, toda la prensa, ha cargado el acento en la condición sexual de los fallecidos y ha titulado, salvo alguna excepción, de la siguiente forma: “Un hombre entra en un club nocturno y asesina a cincuenta homosexuales”.
Es verdad que, según la investigación, el criminal, muerto también, los asesinó precisamente por su condición sexual, pero me parece que, consciente o inconscientemente, esos titulares buscan, sin perjuicio del dolor sincero, algo de espectacularidad y amarillismo.
Cincuenta hombres y mujeres han muerto. Cincuenta hombres y mujeres que buscaban amor en la noche, en los cuartos oscuros de la noche. ¿Es que hay algo más sagrado que eso? ¿Hay algo más digno que entregarse a otro cuerpo, sea igual o distinto al nuestro?
Cuando la matanza en la sede de la revista Charlie Hebdo, en París, todos los columnistas se apresuraron a titular sus artículos con el solidario y emocionado “Soy Charlie”. Servidor mismo lo hizo, porque es horrible toda muerte y porque uno tiene que colocarse, siempre siempre, al lado de las víctimas y enfrente y contra los verdugos. Pero en esta ocasión, con motivo de los asesinatos de Orlando, no he visto a nadie titular su artículo hermanándose con los muertos, con su dignísima condición sexual. Se ve que, en nuestro subconsciente, aún resuenan los ecos insondables que condenan a la homosexualidad, que la perciben como una desviación de la naturaleza. Es fácil decir soy periodista, soy Charlie, pero decir soy homosexual, titular un artículo con esa afirmación, parece chocar con nuestros más recónditos recovecos morales.
Soy homosexual. Sí. Lo digo con todas las letras. Soy hermano y cofrade de los muertos de Orlando, de los despeñados o colgados de una grúa en Arabia Saudí, de los encarcelados en África por amarse, de los vilipendiados y despreciados en nuestra culta sociedad española, que se las da de moderna pero en el fondo no es capaz de soltarse el moño de los prejuicios. Ahora bien: si nos enteramos que unos futbolistas se han ido de putas, coaccionadas y pastoreadas por el rey del porno español, todos son vítores, aplausos y gritos de “ole tus cojones”. Pues eso: Que soy homosexual.