El pasado viernes veintiocho, en el Consejo Regulador, Josefa Parra presentó su libro: “Tierra albariza”. Escribiéndole a la tierra de una se puede caer fácilmente en el chovinismo y la patriotería y fue una grata sorpresa no encontrar estos pecados tan comunes. Nos la canta siguiendo dos orígenes: el geológico y el familiar, una sola raíz los siente ella, por eso sabe que vaya donde vaya esta amante nómada del mundo, irá desenrollando y doblando su cordón umbilical en las idas y venidas.
Una suerte de infancia la nuestra, donde el peligro oscuro y profundo de los pozos era una conocida amenaza cotidiana necesaria, donde perdían la vida los imprudentes y los desesperados. Nuestros monstruos llevaban saco y no por fáciles de identificar eran menos peligrosos. Pero nada que ver con los terrores actuales esparcidos por cadenas televisivas que convierten su noticiario en una hora de sucesos para amedrentar a las familias. Ahora nadie cruza la acera si no es de la manita y se acude al parque acompañado de los padres que pelean por ti por el columpio. En nuestros tiempos nada mejor para exorcizar a los demonios que una chiquillería compacta que se movía libre por calles, plazas, caminos y hasta el campo. Y ese vasto espacio nuestro jerezano olía a vino, a vinagre y hasta a anís en Navidad.
Y tú, con la mejor de las formas de decir las palabras, nos lo recuerdas todo,
nos devuelves al jardín más profundo, alegre y triste, de nosotros mismos.
Qué delicia que nos rescates la “luna de agosto”, con esos caballos corriendo por las viñas en un ritual de fertilidad. Nos allega a nuestros ancestros vendimiadores, asombrados del parto de las cepas, conjurando con sus ritos la sazón de las uvas, celebrando el momento de recogerlas y de hacer el primer mosto con ellas.
Nos desvelas el misterio de la resurrección de los sarmientos muertos en noviembre, a quien el cielo envía una niebla plañidera, que les hace comulgar del secreto de la vida nueva.
Libro sobre la tierra y la gente que la puebla que son uno indivisible. No podías hablar de tu espacio sin transcenderte en tu madre, en tu abuela, contemplando el milagro de ida y vuelta.
Sentada en la segunda fila, mirando al suelo, para que el menor gesto no me hiciese perder la música o el baile de cada palabra, te disfruté infinito, gracias Josefa Parra.