El carnaval puede dar algo de fama y protagonismo. Antes era a nivel local, pero esto ha crecido sobremanera desde que aparecieron las redes y la fiesta se universalizó. De ahí que haya quien la quiera a la desesperada.
Los que desean cantar delante a toda costa, quien busca un micro o una cámara. Esa necesidad de reconocimiento público tapa a veces un complejo, una inseguridad que debe mitigarse con la adulación continua. ¡Qué grande eres, que artista eres! La fama no da más que eso y tiene un lado oscuro. Y es que desata la envidia de quien te ve poderoso y triunfador, aunque sólo sea una fachada.
La gente verdaderamente grande, huye de la fama, de los medios y de las redes, porque es un saco vacío. La gente grande, tiene su autoestima cubierta y no necesita que nadie le reconozca su valor. Intenta ir a los sitios sin ser reconocido. Yo nunca busqué la fama que el carnaval te da por participar, por ser autor. Ojalá no la tuviera si con ello desaparecieran también los envidiosos. Ojalá pudiera emprenderse el camino inverso. El que te permitiera ir a los sitios sin sentirse observado, poder hacer lo que hace la gente corriente, sin tener para ello que cambiar de ciudad.
A veces se es más feliz en la playa solitaria escuchando solo el mar que el aplauso más atronador del Falla en pie. Cosas mías.
