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El jardín de Bomarzo

Un cordón popular sanitario

Existe un elevado porcentaje de políticos con vocación, de esos que no perciben por su dedicación salario alguno

Publicado: 27/09/2019 ·
13:21
· Actualizado: 27/09/2019 · 13:21
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Bomarzo

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El jardín de Bomarzo

Todos están invitados a visitar el jardín de Bomarzo. Ningún lugar mejor para saber lo que se cuece en la política andaluza

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"El lenguaje político está diseñado para que las mentiras suenen como verdades, que el crimen parezca respetable y para darle consistencia a lo que es puro viento". George Orwell.

Existe un elevado porcentaje de políticos con vocación, de esos que no perciben por su dedicación salario alguno, o que sí lo hacen porque tampoco es delito cobrar por trabajar y que no es más que un sueldo normal con el que abastecer a sus familias, de esos que completan listas o son alcaldes de pequeñas o medianas poblaciones y que emplean su tiempo y el que le quitan a sus familias en una dedicación plena al interés general del ciudadano. Son los que ennoblecen este oficio. Como generalizar es muy malo y cuando se habla de políticos parece que todos habitan en la antesala del crimen, por delante estos. Que no son pocos, que viven en la sombra y a los que se les trata por igual en todo lo malo que el gremio sufre.

Pero es cierto que, generalizando porque no hay otra manera de afrontar los hechos, la llamada clase política se ha ganado el descrédito social del que hoy goza gracias, entre otras cuestiones, a ese lenguaje por el que los líderes de los partidos mienten al pueblo por razones estratégicas y justamente de eso vamos a tener ración doble en las próximas semanas -por desgracia-. Lo grave es que la sociedad justifica el embuste del político de su predilección y no es extraño escuchar eso de que "no siempre se puede decir la verdad" o "es que todos mienten, pero prefiero a fulanito" que es como justificar la mentira. O aquello tan recurrente y pelín abstracto denominado El sentido de Estado: un paraguas bajo el cual se puede justificar casi todo porque el que lo dice se sacrifica por el bien común cuando en realidad es obvio que a todos lo que más mueve, a veces casi lo único, es el tacticismoelectoral. También está esa sociedad inmersa en sus problemas cotidianos que se queda con los titulares o mensajes más mediáticos sin perder tiempo en sospechar, en valorar, que les pueden estar mintiendo. Y quien hace de la verdad una regla de vida parece que hoy no tiene cabida en el éxito político porque usar la verdad obligaría, nada menos, que a reconocer éxitos del contrario y errores propios y en la política actual a este tipo de conducta la tildarían de locura peligrosa y casi anti política de la que más vale alejarse. 


La MENTIRA política como arma electoral para conseguir el poder y, por ende, vehículo para mantenerlo o para derribar al que lo tiene es algo tan antiguo como la política misma. En la República de Platón y en el Príncipe de Maquiavelo cuestionaban si conviene ocultar la verdad al pueblo por su bien, engañar para proteger el interés general. En el siglo  XVIII un tal Jonathan Swift publicó un folleto titulado El arte de la mentira política, de contenido satírico: "Se necesita de más arte para convencer al pueblo de una verdad saludable que para hacerle creer en una falsedad saludable", clasificando las mentiras políticas en tres tipos: la calumniosa, que persigue el demérito de un hombre público o incluso su hundimiento social, la mentira por aumento, que infla los méritos propios, y aquella por traslación, que traslada los méritos de un político a otro. Añadiendo que para que cale en el pueblo y en todos los casos debe imperar una regla: la verosimilitud. Al final, el mismo folleto era un engaño al pueblo porque se presentaba como publicidad para la suscripción de un libro con ese título, que nunca fue publicado y el  nombre del verdadero autor del folleto era otro, John Arbuthnot. 

La antigüedad de la mentira política y su pervivencia en el tiempo sin que la sociedad no se haya rebelado contra ella va ligada a lo proclive que el ser humano es a mentir, unos más y otros menos, pero, sinceramente, ¿quién no dice una mentira -o mentirijilla- aun no siendo un mentiroso compulsivo? Mentiras sociales porque nos da apuro decir secamente "no", exageraciones de vivencias o excusas ficticias circulan entre nosotros y no parece que se considere algo reprochable. A nuestros hijos, sobre la existencia del ratoncito Pérez, de los Reyes de Oriente o de Santa Claus y el trineo de renos voladores son las primeras grandes mentiras con las que iniciamos su educación, cuyo descubrimiento posterior en algunos produce una enorme decepción ante unos padres mentirosos; nivel de decepción directamente proporcional al interés con el que venían inculcándoles la importancia de decir la verdad. Esa decepción primera de la vida infantil se supera inconscientemente por la dicha de los regalos y ahí se inicia la interiorización de que mentir, si es con un buen fin, no es malo. El peligro es quien evoluciona hacia algo convulsivo o quien pierde los escrúpulos y la utiliza para su propio interés haciendo daño o quien la eleva a traición, lo que lleva en estos casos a sumirse en una cadena de mentiras para proteger la mayor hasta que perece pasto de su propia falsedad porque, ya se sabe, lo corta de sus patas. 

Posverdad es, según la RAE, la distorsión deliberada de una realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales; en inglés, post-truth, término que en 2016 fue declarado palabra del año por el diccionario Oxford, incorporándolo en su enciclopedia. Lo cual no es más que la confirmación de que en el mundo actual capitalista reina la mentira mucho más que en otras épocas. La sociedad de la información de la segunda mitad del siglo XX ha dado paso a la sociedad de la imagen y la comunicación en el mundo virtual de las redes. Y en este mundo cibernético, la verdad no es lo que importa. Fotos en perfiles o Instagram con rostros exentos de arrugas, post intentando hacer creer lo felices y estupendos que somos y cuantos amigos tenemos cuando, en realidad, a su mayoría ni conocemos. De paso, terreno abonado para difundir mensajes con informaciones falsas que campan a sus anchas sobre personajes públicos y provocan comentarios de gente que sin molestarse en contrastar se apuntan a linchar, ante la impotencia del criticado y al que solo le queda aguantar o sumarse al juego de la mentira contra el adversario. 

Ante esta sociedad de la posverdad, la política ha encontrado un buen aliado porque sabe que el pueblo está entretenido en otros menesteres que no le empujan a exigir veracidad al que pretende gobernarnos y repudiar al que miente porque ni tiempo dedicamos a reflexionar sobre qué podemos esperar de quien consigue nuestro voto a base de engaños. En los debates de las últimas campañas electorales las mentiras fluían en todos los candidatos sin excepción, los gráficos con datos manipulados o comparativas engañosas acaparaban la imagen de la pantalla para, de forma on line, ser difundidas por las redes por sus  community manager. Es cierto que no se da en todos los partidos políticos ni en todos sus líderes con igual intensidad y mismo nivel de  falsedad, pero llegados a este punto qué más da el puesto del ranking de mentiroso a ocupar; nos mienten y la sociedad en su conjunto lo admite, sin importar la transcendencia que tiene que nos tomen por tontos y/o ignorantes y manipulen nuestra opinión y voto cuando lo que debería llevarnos es a abordar una seria rebelión contra aquel que pretende gobernarnos, o que nos gobierna, distorsionando la realidad.  

Si activamos la memoria, en nuestro país sólo ha habido una ocasión en la que un partido político ha perdido las elecciones por mentiras de su candidato, movilizándose el pueblo en 48 horas y, por primera vez, utilizando el móvil a través del olvidado pásalo para conseguir, el mismo día de reflexión, una gran concentración contra el PP ante su sede en Génova, vía sms: "¿Aznar de rositas? ¿Lo llaman jornada de reflexión y Urdaci trabajando? Hoy 13M, a las 18h. Sede PP, c/Génova 13. Sin partidos. Silencio por la verdad. ¡Pásalo!". Con el consabido final de derrota electoral del PP y triunfo del PSOE. Resultado que una semana antes era impensable porque todos los sondeos daban el éxito de los populares. Aún se desconoce el autor del primer mensaje viral de la historia española aunque huele que en el PSOE alguien inteligente y muy astuto supo explotar la mentira de Aznar y Acebes sobre la autoría del atentado en Madrid ese 11M y tocar la fibra de los españoles para hacerles saltar contra la mentira política. 

Sería deseable que nos removiera la búsqueda de la verdad hasta el punto de que los líderes de los partidos se vieran obligados a fijar su debate en ver quién la usa más y quién la demuestra mejor, hasta el punto de que la lucha política girara en torno a la verdad porque los votos dependan de un cordón sanitario popular contra la falsedad

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