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El jardín de Bomarzo

Decidir votar

“La política es el arte de obtener el dinero de los ricos y el voto de los pobres con el pretexto de proteger a los unos de los otros”

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“La política es el arte de obtener el dinero de los ricos y el voto de los pobres con el pretexto de proteger a los unos de los otros”. Anónimo

Andalucía afronta sus décimos comicios, sextos consecutivos que se celebran en el mes marzo, para dilucidar reparto en su Parlamento y lo hace con sensaciones encontradas: muy abiertos a pesar de que las encuestas reflejen tendencias, serán los primeros en medir el grado de enfado ciudadano por, sobre todo, la corrupción incesante e indecente de estos últimos años y si es cierta la inclinación a que el bipartidismo sufre, la alta participación en reflejo de que la calle quiere que cambien las cosas y, además, medirán simpatías para próximos comicios como municipales, en mayo, y generales, a finales de año, sin que se puedan extrapolar conclusiones exactas porque cada elección es distinta. El temor al cambio es un motor movilizador. El temor. Se ha convertido en argumento principal de reclamo; temor a que las cosas cambien, temor a que no lo hagan. Se vota tanto o más por miedo o venganza que por convicción ideológica, cuyo debate está en la UVI. Por eso los mensajes principales de campaña son advertencias al diabólico plan que representa el otro.
Temor también sienten los grandes partidos ante una participación masiva porque, de este modo, entra en juego el voto joven y el oculto difícil de captar y que, al ser creciente año a año porque la fidelidad política sin fisuras está muy cara, ha dado al traste con la mayoría de las encuestas de los últimos procesos. Temor al cambio y/o venganza determinará el reparto final de 109 asientos en un Parlamento que, salvo sorpresas, será el más fragmentado de la historia y al que, principalmente, aspiran siete partidos en la idea de ocupar el mayor espacio posible; en 2012: 50 escaños obtuvo el PP con Arenas, 47 el PSOE con Griñán y 12 la IU de Valderas. La mayoría absoluta son 55. Ninguno de los tres candidatos repite.

Juan Manuel Moreno (Barcelona, 1970. PP). Le ha faltado tiempo porque Mariano, el lento, tardó mucho en decidirse nombrarle y eso le pasa factura. La ruptura que ha vivido el PP-A en estos años de enfrentamientos puede costarle cara este domingo, de la cual Moreno no es responsable pero lo padece en carnes. Bajo nivel de conocimiento, su discurso no enamora porque el tono es mejorable, pese a que el contenido es directo; no obstante, ha mejorado de manera ostensible en muy poco tiempo en comparación a sus inicios. Los debates en Canal Sur TV le han sentando muy bien. Si logra aguantar la caída y no queda demasiado lejos del PSOE se anotaría el éxito porque su marca no atraviesa un buen momento y, con ello, podría consolidar liderazgo ante una legislatura que ya se presume corta. Pero si la caída es libre, tal vez no soporte el golpe.

Susana Díaz (Sevilla, 1974. PSOE). La campaña se la ha hecho larga y, de los tres, ha soportado peor que nadie la exposición pública en los debates: en el primero culpó a sus asesores, en el segundo a la poca “objetividad” de la moderadora. Más cómoda arremangándose en un atril de mitin y dirigiéndose al pueblo, ha estado demasiado sola en la campaña ante los múltiples enfrentamientos que mantiene –la ruptura con Sánchez es absoluta-. El aforamiento a los tres diputados, EREs y formación y la secuela de Chaves y Griñán son lastres pesados que ha intentado diluir con su discurso fácil proclamándose defensora oficial de Andalucía y señalando a Rajoy como culpable de todo. No cita a Moreno Bonilla para no elevarle, pero no soporta no haberle ganado en la tele. Los sondeos la sitúan como vencedora con una mayoría insuficiente y, de confirmarse, habrá que ver cómo logra ser nombrada presidenta porque necesitaría, al menos en principio, la abstención de Podemos o PP y, de darse el caso, cómo negocia después la disciplina de partido en lo referente a pactos. Su frontera del éxito está en los 47 asientos que logró Griñán.

Antonio Maíllo (Lucena, 1966. IU). Posiblemente quien más ha ganado durante los quince días de campaña. Mejor en el primer debate que en, para él, tercero, porque fue el único que acudió a todos, ha mostrado una imagen renovada de una marca dañada; sin Valderas, se ha abrazado a una nueva generación, la de su entorno o la de Alberto Garzón, a quien claramente apoyó. Antonio, el Mai, es lo que parece, con ideas muy de izquierdas a las que en ningún caso está dispuesto a renunciar. Para él es innegociable su modelo, por eso, entre otras razones, se lleva tan rematadamente mal con su ex socia, Susana Díaz, con quien le cuesta mantener una conversación de un minuto. No tienen nada en común, nada que decirse. En una de las últimas y a tres días de desalojarle, como él dice, de la Junta, ella le ofreció por teléfono la posibilidad de pactar la explicación pública de la ruptura y él le dijo que no. Absolutamente antagónicos. De negociar próximo gobierno, será interesante atender el proceso. Mejorará el resultado de derrumbe anunciado por las encuestas.

Teresa Rodríguez (Rota, 1981. Podemos). Muy oculta durante toda la campaña, le costó ser proclamada candidata porque le faltan tablas para representar el enorme poder que su formación reúne y que, tal vez, ofrece sensaciones de cansancio porque llevan demasiado tiempo celebrando una victoria que aún no han conseguido. Pese a todo, tendrá un respaldo importante de ese voto contra el sistema, pero quizás pierda un porcentaje de quienes se lo están pensando por segunda vez y valoran su argumentario político en el momento justo de elegir papeleta. Su posición parlamentaria, sobre todo en política de pactos, resultará determinante.

Antonio Jesús Ruiz (Prado del Rey, 1973. PA). Pese a disfrutar menor espacio que otros en medios públicos y privados, el PA, a diferencia de partidos de reciente creación, tiene estructura y representación política en casi cien municipios andaluces y ofrece el único discurso nacionalista del espectro. Esa puede ser su ventaja, también su inconveniente. Ruiz intenta rescatar una marca que otros han machacado y que, por sanidad pública, debería tener representación parlamentaria, pero rema contra marea porque el discurso político nacionalista andaluz siempre ha sido propiedad del PSOE y la fórmula del independentismo, que sería la alternativa, no parece viable en una tierra que se siente tan andaluza como española y, tal vez, no en ese orden. Se mueve entre su porcentaje de fieles a la bandera, al himno, a Blas Infante, a las letras de Carlos Cano y a pescar en esa indefinición electoral para recuperar parte de lo que un día tuvieron. Cádiz es su trinchera.

Juan Marín (Sanlúcar de Barrameda, 1962. Ciudadanos). Si al candidato del CIS en Sanlúcar le hubiesen dicho hace solo unos meses que no solo lo sería por Ciudadanos a la Junta sino que a estas alturas podría entrar con tres, cinco, siete e, incluso, más parlamentarios, se hubiese tirado por la Cuesta Belén dando volteretas convencido de que estaba en un sueño imposible. Pero así es, la clave ha sido Albert Rivera, el catalán de padres malagueños que con cara angelical ha entrado a última hora por la ventana como brisa fresca en caluroso atardecer. Posible socio de gobierno para todos, puede ser determinante; su posición ideológica es la derecha moderada y, por tanto, puede ser un puente hacia el gobierno del PP, de sumar entre ambos, pero no hay que olvidar que en Sanlúcar gobierna con el PSOE desde siempre.

Martín de la Herrán (Jerez de la Frontera, 1976. UPyD). Ha sabido aprovechar el espacio y llamar la atención en aquellas intervenciones públicas que ha tenido, aumentando notablemente su popularidad, pero quizás pague el mal momento que atraviesa su partido y que, tal vez, debió aprovechar la negociación con Ciudadanos para fusionar una alternativa fuerte nacional, autonómica e incluso municipal al bipartidismo. Muestra desparpajo y solidez y, como otros, sería de interés verle disertar sobre el atril parlamentario. Tal vez Málaga se lo conceda.

Votar. Me imagino pensativo este domingo, caminando despacito hacia mi colegio electoral y pasar junto a la escuelas pública y concertada, dos, donde se educan mis hijos, dos, porque el sistema me impidió que estuviesen en la misma, pero buenos colegios, ver a lo lejos el hospital de siete plantas que ofrece sanidad, mejorable pero buena, a quien la necesita, sonreír a la ancianita cuya ayuda a la dependencia no es tan buena y controlada como debería, saludar a mi vecino desempleado de larga duración que hace footing aburrido de estar aburrido, sortear el socavón eterno de mi calle, anotar el teléfono del cartel “se alquila” de ese local donde antes había un comedor social y ahora, por la crisis, también ha cerrado, tomar conciencia de que nadie me regala nada, todo se paga con los innumerables impuestos que, mejor o peor gestionados según por quién, ahora prometen bajar y, sobre lo cual, sospechar que tal vez, solo tal vez, sea otra mentira electoral. Otra más; anotar ese detalle también. Decidir votar, hecha la suma, por venganza, ideología, programa, simpatía, bandera o patria o porque me coge de paso de camino al bar. O por temor. Pero decidir.

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