Daba la sensación de que no iba a llegar nunca este día que anunció hace algo más de un mes, en un vídeo de más de cuatro minutos y medio que invadía de agradecimientos, de nostalgia y de emoción que establecía el punto y final de una carrera increíble, impensable en su momento y fijaba para Málaga, para la selección, para la Copa Davis del 2024 que acaba de terminar para el equipo español y para Rafael Nadal.
Fue una mañana de un 10 de octubre cuando el mejor deportista español de la historia hacía público el mensaje, elaborado y meditado en el que asumía su nueva realidad, distante de la cancha, abocado por las lesiones que le han acosado en los dos últimos años y que frustaron cualquier intento de volver a ser el que fue. El que pudo tantas veces con tantas dolencias, el que salió airoso de cada contratiempo. El capaz de lo imposible, el ilusionista experto en llevar a la realidad los sueños. Los suyos y los de sus seguidores.
Pocos con más éxitos y días y noches de gloria que Rafael Nadal, resignado en los últimos tiempos a planear más su retiro que las metas por venir como tantas y tantas temporadas. Porque en los últimos meses su presencia en la pista ha sido con cuentagotas. Intentos frustrados, tentativas plagadas de sinsabores en cada uno de los últimos eventos que pretendía afrontar. Cada vez era más y más difícil, sin estabilidad. Obligado a formar parte de las primeras rondas, despreciado por la fortuna en los sorteos, emparejado en los cuadros de las competiciones, de forma prematura, con los rivales de primer nivel. Trabas más tempranas de lo previsto que inhabilitaban cualquier intento de continuidad, de crecer, de sumar.
Al final no hubo posibilidad de progreso. Siete competiciones en el 2024 después de un 2023 inédito, relegado al ostracismo por una y otra lesión. De Brisbane salió en enero con otra dolencia y las renuncias a torneos previstos volvieron a suceder. Puso el ojo en la tierra, su hábitat, la que le dio gran parte de lo que es. Barcelona, el Conde de Godó. Superado en segunda ronda; un paso más allá en la Caja Mágica, Madrid, en octavos... Roma, Roland Garros, batido en primera ronda. Situaciones atípicas que nunca vivió. Ni en sus inicios. Nada era como quería y atravesaba por los eventos ya con aire de despedida. Honrado por cada organización. Salida sin retorno.
Eran momentos de indecisión, de resistencia al adiós, de fe a sus fuerzas de bregar contra el destino, la naturaleza o la realidad. Lejos de los momentos decisivos y del potencial de sus rivales confió en asentar la buena salud y recuperar su capacidad. Y elegir el final. Se había ganado el derecho.
París y los Juegos Olímpicos, en su casa, en Roland Garros, podía ser la prueba definitiva.
Pero los pasos por cada evento eran ya una despedida. El público, el seguidor, tenía más asumida la marcha de su ídolo que el propio jugador que daba la sensación de esperar hasta el límite, hasta que no hubiera remedio, hasta que sintiera que el devenir le llevaba a la puerta de salida.
Así pasó en Barcelona, en Madrid.. especialmente en Roma, donde miles y miles de seguidores querían una respuesta y que asistiera a la fiesta prevista tras perder con el polaco Hubert Hurkacz en segunda ronda.
Nadal se agarró a los Juegos Olímpicos. Al embrujo de París, a la magia de la Philippe Chatrier. El parisino, el francés, mantiene fresco el mordisco a cada copa de los Mosqueteros y le adora. Se vio en cada partido, en cada presencia. Individual y de dobles, con Carlos Alcaraz. La pista saturada de público en todas las presencias. Fue el gran aliciente de la competición. Perdió en segunda ronda, contra Djokovic, en el cuadro individual. En pie, no hubo seguidor que no se rindiera a aquella imagen, a aquella salida. En dobles, batidos en cuartos, a un paso de la lucha por las medallas contra los estadounidenses Austin Krajicec y Rafeev Ram. Fue la última vez en París, en la tierra de Roland Garros, donde tantas veces se tumbó después del punto decisivo de la victoria.
No quiso hablar de despedida allí y reivindicó el derecho a elegir. Y así fue. No volvió a competir desde entonces. Cuatro meses después, interrumpidos por la puesta en escena de la exhibición del Six Kings Slam que hace poco más de 30 días compartió con Novak Djokovic, Carlos Alcaraz, Jannik Sinner, Holger Rune y Daniil Medvedev, regresa para decir adiós como quería.
Como componente de la selección española, en las Finales de la Copa Davis, en Málaga, en busca de un título más, el sexto con el equipo nacional, un epílogo por todo lo alto, en el mismo escalón que su historial, como merece, en manos del éxito con el que tantas veces convivió.
Daba la sensación de que no iba a llegar nunca aquello que anunció en un video de poco más de cuatro minutos, cuando empezó la cuenta atrás, cuando arrancó la despedida que llegó, el principio del fin que se ha escrito.
Momentos para recordar que este deportista único abrazó veintidós Grand Slam, más que nadie después de Novak Djokovic, catorce en Roland Garros, el mejor de siempre, con 92 trofeos del circuito en su mochila más los obtenidos en la Copa Davis, 209 semanas como número uno, con dos medallas de oro olímpicas, una individual y una en dobles y un sinfín de reconocimientos individuales.
Málaga fue el epílogo, la última página, el adiós, the end. El final de una bonita y legendaria historia.
Málaga
Rafa Nadal pone fin a una carrera de leyenda tras la eliminación de España en Copa Davis
Málaga fue el epílogo, la última página, el adiós, the end. El final de una bonita y legendaria historia
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