El valor de la profesionalidad

Publicado: 01/02/2021
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

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Democracia y bien común no se llevan bien. La igualdad que se predica, no es la que enamora.
La envidia tiene en España la altura del Mulhacén, pero la del Teide está reservada a nuestra cualidad de “aficionados” y “críticos de barra”. El laberinto casi siempre es la senda que más nos gusta recorrer, porque la intriga de cómo poder salir del mismo, nos apasiona. Adoramos la improvisación, confiamos en el ingenio y él, nos lleva al pedregoso y peligroso camino de pensar sin aprender.

No nos gusta el camino del aprendizaje. Se va a la escuela con lágrimas en los ojos, cuando aún no somos conscientes de lo que es la enseñanza. Posteriormente renegamos de las tareas, de las dificultades que encierra el aprobar una asignatura. Nuestra atención es débil, ante la docencia de profesores y profesionales. Nuestra picaresca, amplia. La Ley se ha contagiado y el “suspenso” ha aprovechado la oportunidad para que el aprobado tenga que compartir con él el mismo escalón de eficacia. En el entorno de la opinión pública se comienza a pensar así: Repetir curso forma parte de la historia de un pasado cruento. Las clases se deben desplazar del aula a parques naturales. El profesor se debe de tratar de tú a tú, como amigo, las formas antiguas de trato eran represivas. Las creencias no son propias del profesorado, la religión es un obstáculo en las aulas. Es droga espiritual. Las otras sustancias tóxicas debían de estar liberadas. La Universidad, cada vez está más saturadas de ideales y esquemas enciclopédicos, que de la sapiencia que siempre la distinguió. No es el caos, pero el porcentaje de estas aserciones, es preocupante.   

Si existe la algarabía, es porque no tenemos claro concepto del silencio. Ni el grito es sinónimo de razón, ni la discreción es ignorancia. La ignorancia es tan atrevida que obligó a Voltaire decir: “Es tan ignorante que cree saber de todo”. Ahí es donde está un porcentaje alto de la sociedad, el que no respeta al profesional con verdadero conocimiento, experiencia y años de servicio. El que ante cualquier problema, sea de la índole que sea, comienza siempre con la frase: yo pienso que lo que habría que hacer..... o se introduce y se hace cargo de una tarea que ni conoce, ni jamás ha visto su entramado.

No es que se defienda el refrán de zapatero a tus zapatos. No somos un sólo compartimiento, pero debemos asegurarnos que cuando nos salimos del nuestro, no entremos en otro con las maderas desclavadas, porque en la caída podemos arrastrar todo el mueble.  No tenemos por qué renunciar a nada, pero no olvidemos que si el aroma del habitáculo en que nos introducimos está perfumado, debemos llevar alguna fragancia.

Hicimos una transición que vestimos, como antes se decía “con el traje de los domingos”. Ella dio a luz, Constitución y Democracia. Quizás la novedad hizo que no lo explicáramos bien. La Democracia es en sí, primero la pérdida de los privilegios, luego la igualdad en derechos: a la educación, al trabajo digno, al hogar confortable, a la propiedad individual, a la integridad física, a la mejor asistencia ante la muerte, al derecho a la vida, pero no olvidando que nunca seremos idénticos en calidades o cualidades. Esta desigualdad no queremos entenderla y la osadía adquiere dimensiones inconmensurables.

Personas que tienen una profesión u oficio, a veces no especializado, son elegidos para puestos de responsabilidad extrema en áreas ajenas a su quehacer habitual. Lo primero a considerar es que al menos al principio, todo le parezca extraño. Se dice que lo importante es que sea un buen administrador, pero es difícil de creer que en profesiones la mayor parte de las veces muy numerosas en cifras, no haya al menos uno que reúna el ser verdadero experto en la tarea que se trata y al par sepa muy bien administrarla y dirigirla. Si fuéramos verdaderamente conscientes de ello nos evitaríamos una larga lista de fracasos como la que estamos viviendo últimamente.

Democracia y bien común no se llevan bien. La igualdad que se predica, no es la que enamora. Sólo prevalece el particular deseo y ahora resulta que “la novia esperada”, la vacuna, no nos da una cita. Hemos cambiado de príncipe, pero seguimos sin comprender el romanticismo porque no somos expertos.    

 

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