Los avances en el conocimiento de la evolución de nuestro planeta y los continuos descubrimientos que la Genética nos aporta, nos están permitiendo conseguir alturas de saber bien cimentadas, que hacen a la esperanza científica competir con la fe - de nobles pilares, pero dúctil pedestal que la duda cimbrea con facilidad - para que el ser humano pueda en algún momento salir de esta Babel laberíntica en la que no sabemos quién nos ha introducido en ella y mucho menos dar con la salida, donde debe estar la explicación de esta absurda y caprichosa escena que representamos en la tierra, con una existencia efímera y una eternidad posterior que se nos antoja monótona, si nos la pintan sin problemas y sus soluciones.
No había continentes hace unos 600 millones años. Éramos un conglomerado: Pangea. Ahora somos siete, Europa, Asia, África, América, Oceanía, Antártida y Zelandia, aunque hay criterios muy variables. Pero el que podemos considerar como hecho prodigioso ocurrió hace unos 6/7 millones de años cuando una rama de primates del este de África al evolucionar se dicotomizó en una doble vía. A un lado quedaron los chimpancés y los bonobos y al otro los humanos.
La evolución biológica, la selección natural y la selección sexual, nos ha llevado hasta el homo sapiens. El hombre y la mujer actual.
Hasta este momento descrito, nuestro planeta tenía existencia, pero no vida. Había retina, pero el paisaje era una Julieta a la que no le llegaba el piropo de su Romeo. El cerebro de los animales albergaba un acumulo de instintos y la base del automatismo orgánico, pero al igual que las rocas, no tenían conciencia de sus problemas y quisieron con el crecimiento corporal, la agilidad o la fuerza, suplir lo que era insuperable. El mundo estaba solo, triste, como el vagabundo que duerme en la acera de una calle, esperando siempre una mano que lo levante. Y llegó la inteligencia, el conocimiento, la capacidad de reflexión y la curiosidad para preguntarle ¿Tú quién eres?, porque quiero y voy a conocerte.
Somos, hombre y mujer, la esencia de todo lo creado. Qué enorme alegría cuando nos dimos cuenta que empezábamos a amarnos, a sentir la caricia materna, el consejo paterno, los recuerdos de la memoria del abuelo, la mano amiga, siempre dispuesta a la ayuda y sobre todo el encanto por el sexo opuesto.
¿Pero cómo fue posible que apareciese la controversia, el enfrentamiento, la lucha y hasta la muerte, habiéndosenos dotado de tal grado de inteligencia y las cualidades magnánimas que de ella se derivan? El libro sagrado nos indica la rápida aparición en el ser humano de la envidia y la traición que dio lugar a que un joven y noble pastor de ovejas pagara con la vida su existencia. Desde entonces la acción traidora se ha extendido como niebla que desvanece la luz, siendo siempre la causa inicial del mal, al quebrantar la lealtad debida o la fidelidad jurada. De todas las traiciones que se recuerdan o se han vivido ninguna como la de las treinta monedas de Judas, que vilmente acompañó de un beso. En contraposición a esto no olvidamos la frase de Quinto Servilio Cepión a los hispanos que asesinaron a su jefe. “Roma no paga traidores”.
La realidad es el suelo que pisas y por el que se camina con seguridad o dando algún que otro traspiés. Es lo que viene ocurriendo en nuestro país, expuesto en la actualidad a múltiples caídas. Nos están traicionando o nos van a traicionar los marroquíes, a pesar de que hemos querido suavizarlos entregándoles “treinta millones de euros” (¡cómo han subido los precios¡) y encima nos endosan una pérdida de más de mil millones. Nos traicionarán los independistas, a los que ofrecemos diálogo, que es como darle cuchara y plato a un hambriento, ellos quieren el “potaje” y la cerámica. Nos traicionará nuestra vehemencia y soberbia, al no querer comprender que nuestra política exterior no es la adecuada y entre otras cosas nos ha hecho perder un negocio naviero que nos reportaba 5.000 millones de euros y.... no hay espacio para más.
La traición ha lanzado su quejío preocupante. Su liderazgo puede ser sustituido por la incapacidad y mediocridad existente, en un porcentaje importante de aquellos en quienes hemos depositado nuestra confianza, aunque el homo sapiens tiene en su mano y en su voto, la posibilidad de mandaros a descansar, felizmente a su casa. No debemos pagar traidores, pero tampoco ineptos.